Atrapados en el hielo. “El éxito del fracaso”.

¿Quién en su sano juicio aceptaría un trabajo con el siguiente ofrecimiento?: “se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo escaso. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura el regreso. Honor y reconocimiento en caso de éxito”.

Pues este anuncio realmente se publicó en el periódico europeo Times a principios del siglo XX, y respondieron más de cinco mil aspirantes, personas comunes y corrientes que querían ser parte no solo de un trabajo incierto, sino también de un resultado que era totalmente dudoso, hombres que tal vez sabían que su propia trascendencia y felicidad era consecuencia de los que se atreven a vivir plenamente, intensamente.

El reclutador para tal azaroso trabajo era nada menos que el explorador irlandés Ernest Shackleton, que buscaba hombres valientes para conformar la tripulación del “Endurance”, “La Resistencia” y “El Aurora”, navíos que intentarían explorar la Antártida.

Esta aventura “Expedición Imperial Transantártica” representaba el tercer intento para conquistar este ignorado y misterioso territorio, y, a pesar de resultar un total fracaso, ha sido considerada como una de las más fantásticas de todos los tiempos, como una historia de supervivencia fuera de serie, no solo por el hecho de haberse aventurado a lo desconocido, a mares bravíos y aguas congeladas, sino por la lección de responsabilidad, valentía, capacidad de resiliencia y humanidad que el explorador Shackleton legó al mundo.

Destino incierto.

La expedición partió de Londres el 1 de agosto de 1914, en los albores de la primera guerra mundial que puso en riesgo la expedición, el explorador intentaría llegar al Mar de Weddell, para arribar al polo Sur y luego continuar hasta la isla de Ross en el otro extremo de la Antártida.

El navío paro en Argentina para ser restaurado y abastecerse de suministros, partiendo lejos de la civilización el 5 de diciembre; sin embargo, días después el barco se topó con hielo, maniobró exitosamente hasta quedar totalmente varada debido a la presión de la masa polar, hasta que se hundió ante los ojos de la toda la tripulación que no pudo salvar todo el equipo, ni tampoco los víveres. Había resistido atrapado entre los hielos más de 9 meses.

Perdidos en la blancura.

Shackleton sabía que había pocas esperanzas de un rescate, ya que el mundo sabía que su travesía sería larga, además de que no había comunicaciones desde esos lejanos lugares, por lo que, en el mejor de los casos, los equipos de rescate no tendría ninguna idea de dónde buscarlos en la basta inmensidad del mar polar; por tanto, si querían sobrevivir, sería a través de su propios recursos y estrategias de sobrevivencias, y de un arduo e inimaginable trabajo que iba a requerir sentido de equipo, prudencia, paciencia, ideas creativas y pasión por la vida.

Trabajo en común.

Shackleton jamás perdió su objetivo final: salvar a todos sus hombres, pero mantuvo objetivos claros de sobrevivencia al corto plazo; entonces decidió dividir el grupo, uno que él mismo lideraría atravesaría la Antártida y el otro que esperaría ser rescatado cuando encontraran la ayuda necesaria.

Las bitácoras de la tripulación muestran que el explorador estableció actividades a sus hombres para que no cayeran en la desesperación y desolación, las cuales implicaban centrarse en la obtención de alimentos a través de la caza.

Sin duda, tuvo la capacidad de vencer la realidad mediante un optimismo y confianza que supo compartir con sus hombres, sin dejar de comprender los riesgos, sabía que la sobrevivencia se gana manteniendo la confianza y la esperanza de cada uno de los exploradores, y a pesar que todos tenía ideas y propuestas diferentes él pudo mantener el liderazgo que se reforzó con su excelente estado de ánimo y mediante el trabajo colaborativo.

Como ejemplo de liderazgo y humanidad se encuentra el testimonio de Frank Wild, un miembro de la tripulación, quien comentó: “Shackleton, en privado, me forzó a aceptar la galleta de su desayuno, y me hubiera dado otra esa noche si yo lo hubiera permitido. No creo que nadie en el mundo pueda valorar cuánta generosidad y empatía ha mostrado con este gesto: yo sí, y juro por Dios que nunca lo olvidaré. Miles de libras no hubieran podido comprar esta galleta”.

Larga marcha, larga espera.

Sencillamente iba a ser imposible llevar los equipos a cuestas, por lo que el explorador decidió quedarse con sus hombres sobre una gran témpano de hielo y dejar que las corrientes marinas les llevarán hacia el norte, lograron sobrevivir bajo los botes y cazando focas, hasta que el hielo empezó a quebrarse, entonces decidió navegar la Isla Elefante, después de 3.500 kilómetros de recorrido y 16 meses a la deriva pudieron arribar a tierra firme.

La gran decisión.

El explorador sabía que en esa isla no iban a ser rescatados, por lo que tomó uno de los botes con cinco de sus mejores navegantes para emprender un viaje de 1,300 kilómetros, siendo su nuevo objetivo la isla Georgia del Sur, ya que ahí sabía se encontraba “Stromness” una estación ballenera noruega.

Fueron 17 días de navegación con peligros impensables, cuando finalmente arribó a su destino: una playa al sur de la isla Georgia del Sur.

Solo requerían avanzar 40 kilómetros para alcanzar su salvación, pero la mala noticia era que esta travesía incluía una cordillera inhóspita, de más de 1, 200 metros de altura, que por su naturaleza y clima extremo, requería de equipos especiales para atravesarla, imposible para sus hombres que ya se encontraban cansados al extremo, razón por la cual Shackleton seleccionó a dos de los exploradores, que aún tenían algo de fuerza, y junto con ellos marchó hacía la estación noruega, se sabe que requirió de dos larguísimos días para escuchar la sirena de la ballenera: sonido que era el canto de su salvación.

La odisea aún no terminaba, requería establecer nuevas estrategias para el rescate de sus hombres, que confiados lo esperaban: primero recogieron a los tres hombres que quedaron en la costa sur y después partieron en un ballenero hacia la isla Elefante para rescatar al resto de la expedición, viaje también lleno de retos y retrocesos debido al frío clima y al hielo que impedía el avance de la embarcación.

“¿Estáis todos bien?”.

Fue el 30 de agosto de 1915, que Shackleton consigue llegar a la Isla Elefante. Desde cubierta cuenta los hombres que sorprendidos vieron llegar la embarcación y ya en la playa les grita esas palabras que aún hoy resuenan en las memorias de las grandes expediciones: “¿Estáis todos bien?”, la respuesta termina con su angustia: “Todos a salvo, todos bien”.

Fueron 634 largos y peligrosos días que duró la expedición, pero lo más extraordinario fue que Shackleton no perdió a ninguno de sus hombres.

Liderazgo auténtico.

Muchos consideraron que la expedición fue un total fracaso al no cumplir con el propósito para el que fue planeada: no hubo hallazgos científicos, tierras para reclamar por parte de la corona, ni beneficios tangibles para los inversionistas; pero hoy esta hazaña de sobrevivencia representa una enorme enseñanza del significado que tiene el sacrificio, el trabajo colaborativo y el sentido genuino del liderazgo.

Ese liderazgo que se basa en la humildad, el bien común y el espíritu de servicio; ese que en muchas ocasiones se esconde bajo aparentes fracasos, ese que no tienen la mayoría de nuestros gobernantes. El que cree totalmente en la grandeza del espíritu humano y la fuerza que lo inspira para salir adelante ante toda posible desesperanza o desgracia.

(https://www.youtube.com/watch?v=8jni4yqqwYU)

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