Cuarenta años después. Lupita Díaz de Cristiani.

“¡Qué rico hueles, mi vida!”.
“¡Qué perfumada, mi amor!”.
Éramos recién casados.
Fueron frases de rigor.

Después del baño él olía a Yardley o qué sé yo,
mientras yo me perfumaba
con frascos de Christian Dior.

Pero hoy… ¡Qué diferencia!
Él huele a ungüentos, y yo
a la Pomada del Tigre
que me pongo al por mayor

¡Cómo han cambiado los tiempos
de cuando él me conoció!

Antiguamente lucían
encima de mi gavetero
una rosa, su retrato,
un perfume y un reloj.

¿Ahora? Un frasco de aspirinas;
el ungüento de rigor;
unas vendas ; mis anteojos;
las píldoras de alcanfor;
la jeringa, la ampolleta,
el algodón y el alcohol.

Y en el suyo, amontonados
para que quepan mejor,
un vaso para sus “dientes”;
el frasco de la fricción;
un libro abierto; sus lentes;
jarabe para la tos;
y agua para la aspirina
por si nos viene un dolor…

Sin embargo no añoramos
“lo que el viento se llevó”.
Recordamos lo que fuimos,
y vivimos nuestro hoy.

En las mañanas, sin prisas,
siempre la misma canción:
“¿Cómo dormiste, mi cielo?”.
“Un dolor me despertó”…
“¿Cómo te sientes, mi vida?”.
“Hoy tengo fuerte el dolor”.

Y por las noches, acaso
recordando algo mejor,
oliendo a salicilato,
a pomadas y a inyección,
repetimos lo de siempre,
lo mismo de ayer y hoy:
“Que duermas muy bien, mi vida”.
“Que duermas muy bien, mi amor”…

Rezamos un Padre Nuestro,
y damos gracias a Dios.

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