El yo de mañana.

Aunque en apariencia radicalmente disímbolas, la economía y la psicología son ciencias complementarias. La primera ayuda a generar estructuras mentales basadas en la razón, el sentido común y la lógica para decidir cómo maximizar la utilidad o reducir los costos; la segunda nos explica por qué frecuentemente no seguimos ese camino.

A veces, una corazonada nos lleva a comprar un boleto de lotería, aun a sabiendas, por el razonamiento económico, que las probabilidades de pegarle al “gordo” son escasas; en otras ocasiones, lo complicado o inexperiencia personal en un asunto nos conduce a tomar decisiones ligeras, como cuando buscamos el régimen de aportación pensionario más rentable o el esquema hipotecario menos oneroso.

Pero, sin duda, uno de los motivos principales que aleja nuestras decisiones del óptimo en términos económicos es la procrastinación, es decir, el hecho de demorar o posponer actividades relevantes sustituyéndolas por otras menos importantes o complicadas. Esta actitud, tan arraigada en nuestra cultura, es una mezcla de falta de voluntad y exceso de hedonismo.

Tenemos muchas ganas de bajar de peso, de dejar de fumar o de ahorrar para nuestro retiro, pero las ganas de nuestro “yo de hoy” de comer, de fumar o de gastar son superiores a ese deseo. Luego, decidimos delegar la tarea a nuestro “yo de mañana”, que para entonces será de nuevo el “yo de hoy”. Y será éste –¡ojo!– quien nos cobre la factura respectiva.

“El próximo lunes” siempre será el día prometido para iniciar la dieta, y “el próximo año” la fecha anunciada para materializar el anhelado proyecto. Pero… ¡No! Y así no la llevamos lunes tras lunes y año tras año, postergando eternamente tareas incómodas para el “yo de hoy”, en una evidente y perjudicial decisión cortoplacista, que afecta además a la sociedad en general.

Si bien cada individuo es libre de elegir su destino, una actitud procrastinista nos afecta a todos y, por tanto, creo que la autoridad debe actuar. ¿Por qué no pensar en incentivos y castigos? ¿Que el adolescente no quiere estudiar ni trabajar? Lejos de becarlos, ¿por qué no otorgar incentivos fiscales a las empresas que los contraten. ¿Que muchos mexicanos siguen bebiendo y fumando? Pues aplíquense aún más impuestos a estos productos para eventualmente costear el tratamiento de quienes enferman por consumirlos.

Para tener una sociedad más sana y más próspera, el gobierno debe generar políticas públicas que internalicen las desviaciones en el comportamiento de las personas. Y nosotros, la sociedad, aceptar retos para no deber nada al “yo de mañana”.

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