Estamos distraídos como sociedad y perdidos como individuos. ¿Qué buscamos, soluciones o remedios?

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El último de los pensadores europeos, Zygmunt Bauman, en su obra La Modernidad Líquida, describe cómo los pilares sólidos que apuntalaban la identidad del individuo -un estado fuerte, una familia estable, un empleo indefinido, etc. se han ido licuando hasta escupir una ciudadanía acongojada por la zozobra permanente y el miedo a quedarse atrás. Ese miedo que se ve incrementado por la creciente precariedad de la vida y que provocan tanta ansiedad se debe a que el miedo a perderlo todo ya estaba ahí, latente, y cuando ves a cientos de personas que hace unos años, tenían vidas muy parecidas a las nuestras: trabajos de calidad, casas propias, ambiciones profesionales y de golpe pierden el sustento, te das cuenta que ya no son simples pesadillas, sino realidades que puedes ver y tocar.

Nos sentimos temerosos, inseguros, ansiosos porque esos conocidos que han experimentado primero las consecuencias de nuestra responsabilidad colectiva, se vuelven extraños; y a nadie le gusta lo extraño. Sabemos la manera de actuar de los amigos; conocemos, más o menos, lo que harán nuestros enemigos, pero los extraños no son ni uno ni lo otro, simplemente son otros. No traen etiqueta, generan incertidumbre. De allí viene el interés de los políticos en exasperar la ansiedad popular hacia los otros. Hace un tiempo los poderes políticos justificaban su razón de ser por su capacidad para atender a la población; al verse minado ese poder del estado, enajenado mediante concesiones a particulares su existencia no tiene justificación. ¿Cómo justifica su existencia el funcionario más poderoso quien no puede garantizarte seguridad frente a los caprichos del destino? Muy fácil, generando miedo, ansiedad, discordia. Miedo al extraño, miedo a la gente que viene a comerse nuestro pan y a quitarnos nuestros trabajos; de allí proviene su capital político.

Tenemos frases, las mismas por cierto, de agresiones de unos de un color a los del color contrario y viceversa; eso en verdad es una salida cómoda para la ciudadanía, al tachar de malos a los otros menos favorecidos, los líderes ya no sienten responsabilidad moral de ocuparse de ellos, olvidando que esas personas crecieron en la misma comunidad y son consecuencia de las decisiones de estado. Aparte, sin darnos cuenta, esa incertidumbre que nos atemorizaba y que provenía de la constatación de que el tejido social está cada vez más enfermizo queda injertada por la obsesión de seguridad en nuestro territorio. Los políticos encienden el miedo para ocultar su ineficacia, es algo que se puede vender en los medios; vemos policías asaltando las calles en presuntos actos contra la maldad; los vemos a las afueras de las escuelas, en tu colonia, dando la sensación de que el gobierno mantiene su poder. “Miren, no estamos cruzados de brazos; estamos actuando.” Lo malo es que, como los periódicos, tienen que cambiar sus encabezados a diario para vender, el sistema tiene que administrar nuevos temores, nuevas sensaciones a la población de forma regular para asegurar su supervivencia.

Estamos viviendo una época en donde las antiguas reglas no funcionan y no hemos encontrado la nueva forma de funcionar; en ese hueco que se ha formado aparecen intentonas llenas de buenas intenciones, pero vacías como la sociedad actual. Tenemos los candidatos independientes, héroes modernos de la política, en cuyos hombros llevan la nueva esperanza; tenemos las asociaciones ciudadanas con sus decenas de simpatizantes manifestándose, codo con codo, en las calles virtuales de las redes sociales, sesionando en verdaderos aquelarres deportivo-sociales en los gimnasios y cafés de moda, pero que no va más allá de un venenoso cascabeleo. Por otro lado tenemos a los impotentes políticos que ven perdido el control del estado ante las decisiones de los poderes económicos globales, buscando maneras de justificar su existencia ante la ciudadanía. Todos sin cabeza y derecho al pozo.

Estamos distraídos como sociedad y perdidos como individuos. Pensamos a corto plazo, nos limitamos a reaccionar al último desafío en lugar de crear un modelo completo de sociedad. Tenemos acceso a más información que nunca y al mismo tiempo los Millenials, se sienten cada vez más ignorantes sobre qué hacer, cómo manejarse en la vida, quién ser. Los que recordamos cuando solo había televisión, vimos con optimismo a la World Wide Web, la cual nos aportaba el medio para que crear una humanidad en donde todos estuviéramos en contacto y con mutuo entendimiento; sin embargo sucedió lo contrario, esta maravilla tecnológica no solo nos abrió la mente sino que se convirtió en un instrumento genial para cerrarnos los ojos.

La Internet nos ha brindado protección sobre las diferentes posibilidades que la vida ofrece; si no lo puedes hacer offline lo puedes hacer online. Nos blinda del enfrentamiento con los conflictos, en Internet puedes ocultarlos y pasar todo tu tiempo con gente que piensa igual que tú. Eso no pasa en la vida real; tan pronto sales a la calle, te encuentras con una multiplicidad de seres distintos, con sus respectivas fricciones y conflictos; no podemos crear escondites artificiales. Nos hemos olvidado a convivir, a trabajar juntos, a meditar, a estudiar; y lo que es peor, nos hemos olvidado a encontrar la felicidad en esas simples actividades. En la sociedad actual, cualquiera que sea el papel que juegas, todas las ideas de felicidad acaban en una tienda.

No es mi papel ni mi intención el señalar la forma adecuada para que una sociedad sea feliz o qué leyes se deban aprobar; más bien es la de averiguar qué se esconde tras las reglas que se nos imponen y cumplimos sin cuestionar; descubrir los acuerdos tácitos y los mecanismos concretos que convierten las palabras en acciones concretas; es ayudar a los ciudadanos a entender lo que ocurre para que tomen sus propias decisiones.

Entiendo que es difícil encontrar sentido a la vida, pero es menos difícil si sabes cómo funciona la realidad a la que sí eres un ignorante.

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