La soberanía mal entendida

Desde el inicio de la Revolución Industrial, la producción de alimentos ha ido perdiendo terreno, mientras los sectores secundario y terciario han crecido sostenidamente. Esto, traducido al castellano, significa que antes las familias promedio destinaban casi la totalidad de su ingreso para satisfacer sus necesidades básicas. Y la alimentación era la principal de ellas.

Hoy es muy diferente. La adquisición de un producto manufacturado, como un vehículo, puede representar un gasto mayor al de la alimentación de una familia durante todo un año. Esto no significa que la actividad sea menos importante, pues todos tenemos que comer para sobrevivir, sino que existen industrias no elementales para la subsistencia, pero generadoras de mayor valor.

Por ello, son indispensables políticas públicas agroalimentarias claras para que un país garantice un desarrollo sostenible y disponibilidad de alimentos para su población. Eso es la soberanía alimentaria, no la interpretación equivocada de quienes aseguran que es producir todo el alimento que el país consume.

Tal fin es imposible. No sucede, ni ha sucedido nunca, en ningún país del mundo. Vamos, ni siquiera en las economías planificadas, donde el Estado, y no el mercado, toma las decisiones de producción. Por decreto se puede ordenar construir una fábrica de uniformes, una planta ensambladora de autos o un astillero naval, pero no la instalación de una almazara sin olivos, una engorda sin acceso a granos o un sembradío de mangos en el desierto.

El comercio internacional es importante para el desarrollo económico. Pero lo es más para garantizar la soberanía y la seguridad alimentaria de las naciones. Ningún país en el planeta cuenta con la biodiversidad suficiente ni los microclimas necesarios para satisfacer lo variado de su demanda alimentaria.

Es cierto que los avances tecnológicos nos permiten alterar la naturaleza, pero a mayores costos de producción. Quizá nunca seremos más eficientes que Alaska para producir cangrejo, que Noruega para producir salmón, o España para producir jamón serrano, pero ellos jamás producirán aguacates, mangos, tequila o carne como nosotros. Mejor concentrémonos en nuestras fortalezas y beneficiémonos todos del intercambio.

Por cierto, México presentó en 2015 un superávit agroalimentario por primera vez en décadas. El balance favorable ha venido creciendo desde entonces. Otro dato importante, que Trump debe tener muy presente ahora que están por finalizar las negociaciones del TLC: En 2016 nos convertimos, por primera vez en la historia, en el principal proveedor de EUA de alimentos.

¿Así, o más claro?

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