Los antojos de la corrupción.

Esa mañana de 1990, acudí al Juzgado Penal de Piedras Negras en defensa de un familiar de un compañero de trabajo que había cometido un delito menor y pretendían aplicarle una penalidad exagerada. Mi propósito era platicar con el juez a fin de cabildear el asunto.

Recibido por mi antiguo colega y explicado el caso, le pidió a su asistente que saliera, y ya solos me comentó que hacía unos días se había descompuesto el aire acondicionado de su oficina y que para repararlo era necesario erogar 10 mil pesos, “¿cómo ves, abogado?”.

Corrupción, término que se adhiere, difama y denigra, se aplica al trámite, el acto al que los ciudadanos tienen que recurrir a efecto de obtener certificaciones, actas, títulos, documentos y demás actos oficiales.

Sus inicios son obscuros, pero derivan de tiempos de la Colonia, la cultura de la transa en nuestro país es tan antigua como los hombres que la practicaron y otros después la hicieron sutil y derivatoria.

En ocasiones a escondidas ,según los momentos y las épocas, en otros más sofisticada, a veces sin notarlo pero igual de corrupta, la mordida aparece en nuestro trato como una costumbre que difícilmente se hará ley escrita, pero fácilmente es ley práctica.

La corrupción requiere al menos de dos voluntades y según estudiosos, no tan letrados pero sí transitas, se inicia ante la realización de un delito menor o mayor, la tramitación de documentos que es imposible comprobar, la regularización de actos y objetos irregularizables, la liberación de malandrines, la obtención de licencias y permisos, la compra de artículos en ciertas empresas privadas y oficiales, el beneficio de una concesión o servicios en lo privado o público y miles de trámites.
Una voluntad que será la que juzgue, emita, ordene o esconda, y la otra voluntad que sabedora de su ilegalidad ofrecerá el “bolo-padrino” a su contraparte.

Un estudio reciente sobre los límites de esta práctica señala la dificultad de efectuar trámites en nuestro país de manera legal o limpia, por la serie de documentación, pruebas y demás documentos y, por otra parte, la actitud desidiosa que guardamos ante los actos de autoridad a los que criticamos, pero pocas veces cumplimos, y así se deja pasar tiempo para emplacar el vehículo, pagar contribuciones, obtener credencial de elector y otros trámites simples y necesarios.

La corrupción es también un método de obtención, por lo que su presencia es automáticamente referenciada con el trámite o el permiso. La frase lapidaria: “en nuestra patria, el que no tranza, no avanza”, fue manera y disciplina que heredaron a nuevas generaciones aunque más cultivadas en esas artes, igual denigran la función pública y la privada.

En este acto, todos saben lo que quieren, por lo que el delito se comete cumpliendo al pie de la letra con el tipo penal, y no hay argumento válido.

Desde el ciudadano que se pasa un alto o circula a exceso de velocidad y que ofrece dinero o admite que le hagan la propuesta, hasta el más alto funcionario que disfraza la práctica con métodos más sofisticados, estamos contribuyendo a que la práctica cómoda invada la conducta proba y honesta que nos enseñaron en casa y nos reforzaron en la escuela, que a ciertas etapas se vuelve una ilusión o figura inalcanzable.

Los esfuerzos gubernamentales poco podrán hacer ante esta marejada que estremece si sitúan en cascada su actuación y no atacan la base de la corrupción, que es el trámite simple y llano.

Honestidad, transparencia, regresen un día a inundarnos con su ola de sabiduría, de conducta, de remembranza, para que no olvidemos que la práctica debe ser de acuerdo a lo que está en nuestras mentes y corazones, no con lo que está en nuestros estómagos.

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