“Pentimiento”.

La magnífica película “Julia”, interpretada por Jane Fonda y Vanessa Redgrave, se basa en la vida la excepcional dramaturga Lillian Hellman; por ello, la fraternal historia ahí narrada empieza con las palabras de la famosa escritora: “la pintura vieja en un lienzo, a medida que envejece, a veces se vuelve transparente. Cuando eso ocurre, es posible, en algunas imágenes, ver las líneas originales: un árbol se mostrará a través de un vestido de mujer, un niño deja paso a un peor, un barco grande ya no está en mar abierto. Eso se llama pentimento porque el pintor, “arrepentido”, cambió de idea. Tal vez sería bueno decir que la vieja concepción, reemplazada por una elección más adelante, es una manera de ver y luego ver de nuevo (…) La pintura ha envejecido y yo quería ver lo que estaba allí para mí una vez, qué hay para mí ahora”.

¡Qué optimismo! Qué manera de existir: afanosamente de hacer de cada gota de agua, de cada momento, toda una nueva vida. Qué forma de aclamar: ¿Qué hay para mí ahora?

Orígenes
“Pentimiento”, proviene de un vocablo de origen italiano que en español significa literalmente arrepentimiento.

“Pentimiento” es el contrición de un artista, de ese pintor que, ante una creación pensada, decide humildemente realizar un cambio a su idea original; entonces, al haber ya pintado, empieza de nuevo, como dibujando un final más significativo, o tal vez más enigmático, pero siempre más bello; así el artista sin perder su más íntima identidad y razón de ser, modifica su propia historia, lo previamente realizado: puede ser la posición de una mano, o la intensidad de una mirada, o bien la permuta de un objeto en el espacio de la obra.

El pintor, al repintar esos cambios o ajustes, inevitablemente deja rastros en el lienzo, casi siempre imperceptibles, de su considerado arrepentimiento; en este sentido, el “pentimiento” también considera la reutilización de las telas que contenían pinturas anteriores.

Mejor distinto
Hoy – gracias a la tecnología de rayos x, o a la reflectografía infrarroja – se ha llegado a descubrir “pentimientos” de grandes artistas; es famoso el caso de la obra de Picasso “El viejo guitarrista”, que se puede apreciar la silueta de otra figura que representa a una mujer con un niño; o la pintura “Preparación de la novia”, obra inacabada de Gustave Courbet, en la cual originalmente la escena central era un funeral y la mujer de la pintura la persona fallecida; o de Tiziano en su obra “Felipe II con armadura”, que ahora la ciencia descubrió que el artista había empezado a pintar a Carlos V.

En la escultura, de hecho, destaca los cambios que realizó Miguel Ángel en la cabeza y rodilla del sorprendente “Moisés”.

Se dice que cuando la modificación original es de gran envergadura o no representa un cambio leve, entonces no es un “pentimiento”; sin embrago, en todo caso, el “pentimiento” trata del cambio de la idea original, de la mirada del artista con nuevos ojos ocasionada por reflexiones, pensamientos o necesidades profundas antes ignoradas.

Tal vez sin ser muy reflexivos en la vida vamos madurando de “pentimiento” en “pentimiento”, como deseando llegar a ser con el tiempo el mejor de los vinos, curados de las decepciones y los vaivenes de la existencia, ya sin la necesidad de demostrar nada a nadie; tal vez, intentando hacernos ciertos y verdaderos solamente para nosotros mismos de lo que realmente colma; posiblemente tratando de agradecer eternamente al creador el privilegio de haber existido. Vivido.

Así la edad no cuenta
Lo anterior lo comento porque, al contrario de lo que la mayoría piensa, el potencial creativo de una persona no se agota con el paso de los años, más bien son los años los que los fortalecen y dimensionan de manera distinta, más completa, más refinada y exquisita; tal vez, porque las personas que comprenden que solo el cuerpo envejece, pero no la mente, siempre viven la primavera de la esperanza y el agradecimiento. Sin duda, la creatividad, con el paso de los años, se torna sabia, generosa y vibrante.
Creo que al paso de los años surge “el pentimiento” para concebir una forma de vida nunca antes vista, jamás imaginada y entonces comprender para contribuir a construir un mundo más humano, más habitable.

Gabriel García Márquez decía “no es cierto que la gente deje de perseguir sus sueños porque envejece, más bien envejece cuando deja de perseguir sus sueños”, y los sueños siempre están ligados con la creatividad; por ello, el nobel jamás dejó de inspirar.

Daniel Goleman tiene razón al declarar: “el espíritu creativo, lejos de declinar con la edad, puede en realidad ganar fuerza y vigor cuando una mujer o un hombre mayor – cara a cara con la perspectiva de la muerte inminente – se concentra con lo que en verdad importa”.

Tierra mojada
Los vientos del otoño solo envejecen a las personas que dejan que el desánimo arrecie sus espíritus; por ello, es frecuente encontrar a gente joven muy vieja, arrugadas del alma, quejándose de todos y todo, emulando al personaje de Dickens, a ese avaro de Scrooge, renegando al cielo las caricias del sol que lo ilumina; y viejos, muy viejos, que al contrario, contagian vitalidad, emoción y pasión por las maravillas de la existencia: el abrazo del amigo, el olor del café, la sonrisa del nieto, el entusiasmo de despertar junto a la persona amada, el ocaso de las tardes de octubre, los amaneceres que aún huelen a tierra húmeda, mojada.

La pasión de la edad
Hemos sido testigos de “viejos” muy activos, que aún dan luz al mundo, como es el caso de Mahatma Gandhi, que intentaba unir al mundo hasta que fue asesinado a los 79 años, y qué decir de la nobel Teresa de Calcuta que trabajó a todo vapor hasta su deceso a los 87 años.

En la historia encontramos a “ancianos muy jóvenes” cuya creatividad aún nos maravillan: Goya, Velázquez, Salvador Dalí y Picasso; o Sábato, Borges y Unamuno.
Como dejar a un lado a los chelistas Rostropovich, Casals, o al mexicanismo Carlos Prieto; ¿Podríamos obviar que Goethe publicó “Fausto”, a los 80 años?

¿Y qué decir de Verdi quien pasados los sesenta glorificó a la ópera con Otelo y a los 80 la puso en la antesala del cielo con “Falstaff”’ ¿Qué hablar del contemporáneo “Beatle” Paul McCarthy que pasados los 70 sigue conquistando a los jóvenes digitales?

Los apasionados
¿Sabemos que Leonid Hurwicz tenía 90 años cuando ganó el Nobel de Economía; que Ginzburg el Nobel de Física (2003) tenía 92 años; que William Knowles obtuvo el de química; que el John Fenn lo hizo pasado los 90 años?

¿Cómo olvidar a la escritora Doris Lessing que la reconocieron a los 87 y que luego comentó que había sido una “catástrofe”, porque no le quedaba tiempo libre para escribir?

Pero sé…
Pero comprendo que el joven va corriendo para hacer eso que los viejos ya hicieron, pero comprendo que este mundo desdeña a los viejos, a esos que, hospitalariamente, continúan abriendo sus almas por los que más aman, a pesar de su injustificado abandono y destierro.

También sé que los viejos aman a la mismísima existencia que los ha acogido; por ello ahora en octubre, tiempo en que los cielos lloran y anuncian el arribo del frío, de ese que ellos sienten, yo brindo tributo a ellos, a los creativos que nos han dado lo que hoy somos y que, a los jóvenes y no tan jóvenes, nos dejan la imperiosa urgencia de ocupar todos los días el “pentimiento” como una sabiduría suprema de vida, sabiendo que ellos han descubierto que los rastros dejados en el lienzo jamás serán balanza ante la mirada de Dios, porque de alguna forma han comprendido que Él sabe que la vida siempre se escribe en borrador, hasta que concluye.

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