Silencio, corrupto.

La atención ha sido centrada en la serie de sucesos que han fracturado al PAN rumbo a la elección de 2018. La renuncia de Margarita, José Luis Luege y Cocoa Calderón son solo una muestra del hartazgo de la militancia sobre los malos manejos de su dirigencia. Sin embargo, el PAN de la Ciudad de México, que normalmente pasa desapercibido, se encuentra bajo la lupa debido a la negligencia y corrupción que permitió derrumbes y muertes el pasado 19 de septiembre.

Ricardo Anaya enfrenta la duda de qué hacer con Jorge Romero, actual diputado en la Asamblea Legislativa y ex delegado de Benito Juárez (2012-2015). Romero es señalado como el artífice del boom inmobiliario bajo condiciones de corrupción clientelar en colusión con diversas constructoras, casualmente hoy denunciadas por la irregularidad de sus edificios.

Durante la gestión de Jorge Romero, la Delegación Benito Juárez fue puntero en denuncias sobre construcciones irregulares, de las cuales se dice que, por medio de René Aridjis (Director General de Obras), Romero Herrera cobraba una cuota de 50 mil pesos por piso y en algunos casos solicitaba descuentos o pago en especie del departamento mejor ubicado dentro del edificio. Esto coincide con el incremento sospechoso del patrimonio de ambos en dicho periodo.

Desde que fue diputado local y derivado de su relación sentimental con la entonces presidenta del PAN en la Ciudad de México, Mariana Gómez del Campo, Jorge Romero ha manejado a su gusto el padrón electoral de la Ciudad. Incluso, se sabe de la afiliación masiva a comerciantes a cambio de los permisos para mantenerse en el ambulantaje, cuestiones que Gustavo Madero y Ricardo Anaya han solapado. Asimismo, la artimaña para otorgar contratos por más de 50 millones de pesos a familias de panistas de la Ciudad de México, dejan claro para el PAN que el enemigo está en casa.

Sigilosamente, Romero se ha retirado de la escena aprovechando la situación de su partido que acapara las primeras planas. El corrupto ha guardado silencio para preparar su candidatura al Senado de la República en 2018. Su carrera política está minada por engaños y maquinaciones denunciadas en múltiples ocasiones ante la Justicia Federal y ante las autoridades del PAN pero a las cuales se les ha dado, de nueva cuenta, carpetazo que levanta sospechas.

Si Anaya quiere consolidar su liderazgo e integridad como dirigente (y próximo candidato del Frente), deberá decidir pronto qué hacer con la cabeza de la serpiente y no seguir guardando silencio. Es necesario callar al corrupto pero para siempre. Pero eso solo pasará si está dispuesto a asumir el costo político de retirarle la oportunidad de escalar a Romero al Senado.

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