Contrariado, un viejo amigo de la familia acudió con quien esto escribe,
buscando más la opinión del economista que el consuelo del confidente, para plantearme un trance cambiario que lo mantuvo en jaque por semanas: quería sorprender a su esposa en su aniversario matrimonial con un reloj de marca, de esos que se compran una vez en la vida por su gran valor. Visitó una joyería de renombre para hacerse de un presupuesto. Se lo tasaron en dólares.
Con esfuerzo, ahorró la cantidad indicada. En vista de la inestabilidad financiera, esperó paciente a que el dólar le diera un respiro al peso para adquirir la divisa en un centro cambiario, pues el cargo en la joyería era sustancialmente superior. Permaneció al acecho de la mejor oportunidad. Cuando la estimó conveniente, compró los dólares.
Satisfecho, se encaminó al establecimiento para liquidar su compra. Pero grande fue su sorpresa, y mayor su molestia, cuando le dijeron que no aceptaban dólares. En desagravio al comercio, le expliqué que nuestra Ley Monetaria prohíbe tajantemente dentro del territorio nacional las transacciones de esta naturaleza.
Me confesó que la causa principal de su descontento no fue tanto la pérdida económica en la que incurrió al tener que realizar este viacrucis cambiario (de pesos a dólares, de dólares a pesos, para terminar pagando el equivalente en dólares a la joyería), sino la frustración de pagar al tipo de cambio que le vino en gana al vendedor, sin tener ninguna otra alternativa.
La realidad es que no hay tal arbitrariedad. Los controles y las férreas restricciones para depositar efectivo en ambos lados de la frontera han hecho de los dólares insertos en el sistema financiero un activo diferenciado, con un valor entre un 5 y 10% superior al de los billetes y monedas. Esta es la razón por la que el dólar interbancario, tan de moda hoy en las noticias, es siempre más caro que el anunciado en las casas de cambio.
Los dólares en cuentas bancarias ya causaron contribuciones o pasaron la prueba del ácido de las autoridades de inteligencia financiera, lo que los revalúa y los cotiza con un valor superior, pues conllevan una especie de impuesto implícito incluido.
Este no es un fenómeno nuevo. Lo hemos visto en algunos países latinoamericanos cuando sus autoridades monetarias establecen controles de cambios. Y como las leyes del mercado no son abrogables, el sistema cambiario, siempre saludable, encuentra pronto su equilibrio, regularmente en un nivel muy por encima del establecido por decreto. Las consecuencias de esta dualidad cambiaria han sido terribles para esas economías.
No es el caso que nos ocupa. Las causas y los efectos son radicalmente diferentes. Aún con el incremento en el tipo de interés que hizo la Fed, las tasas siguen siendo muy bajas en Estados Unidos. Sin embargo, tener dólares en las cuentas de ahorro les da un valor superior a tenerlos debajo del colchón.