Hace unos días, cuando llevaba a mis pequeños hijos a la escuela, íbamos escuchando las noticias sobre el conflicto bélico en Israel. Uno de ellos me miró alarmado y me preguntó: “Papá, ¿es el inicio de la Tercera Guerra Mundial?”. Le dije que no, que no lo creía. Pero la verdad es que me dejó pensando…
No pretendo realizar un análisis geopolítico ni diplomático sobre la región. No soy experto en el tema. Eso se lo dejo a los seguidores de Kissinger y estudiosos de la política internacional. Lo que sí quiero hacer es una reflexión sobre un elemento que tanta falta hace en nuestras sociedades actualmente: la paz.
La constante en la historia de la humanidad son las guerras. Regularmente sus causas tienen que ver con disputas territoriales, sobre la religión, ideologías políticas y recursos naturales, entre ellos el petróleo, el gas, metales preciosos y, dicen que en el futuro, el agua.
Uno supondría que conforme el ser humano evoluciona y las sociedades maduran, pudiéramos llegar a entendimientos sin derramamiento de sangre. Desgraciadamente esto no ha sido así. Todavía el siglo pasado padecimos dos guerras mundiales que costaron la vida a decenas de millones de personas, por más inverosímiles que parezcan las causas que las originaron, además de otras igual de sanguinarias, como la del Golfo Pérsico y la de Vietnam.
Las guerras más recientes, como la de Rusia-Ucrania y Hamás-Israel, nos demuestran que como humanidad estamos muy lejos de alcanzar los valores de tolerancia, respeto, empatía, armonía y solidaridad.
En México, desde el siglo antepasado que no participamos activamente en guerras con otros países (nuestra participación en la 2ª Guerra Mundial fue más bien simbólica). Sin embargo, vaya que hemos tenido luchas internas muy sangrientas: la de Independencia, la de Reforma, la de Revolución, la Cristera y la que tenemos permanentemente contra la delincuencia, entre otras.
La guerra la hacen las personas. Por lo tanto, la paz comienza con cada ser humano en lo individual. La congruencia y la bondad en el pensamiento, en las palabras y en las acciones de cada quién son la base para vivir en armonía.
Conseguir la tan anhelada paz mundial empieza encontrando la paz en nosotros mismos, sembrando los valores correctos en la casa, en nuestras familias. Sirvan estas líneas para reconocer el esfuerzo de quienes impulsan programas en ese sentido, como mi madre, María Guadalupe Morales, promotora incansable del programa Bandera de la Paz, que en el pasado logró tocar muchos corazones.
La paz se construye día a día con nuestras acciones, las acciones de todos. Seamos el cambio que necesita el mundo.