El pasado lunes se aprobó en el Congreso una Ley que crea la Academia Interamericana de Derechos Humanos (AIDH) de la Universidad Autónoma de Coahuila. Es, digamos, la misma instancia que desde hace un par de años comenzó a trabajar en las instalaciones de la Facultad de Jurisprudencia (en Saltillo). Un día después, el martes, se publicó en el Periódico Oficial.
Celebro. Ya en pasadas ocasiones he manifestado mi apoyo a los trabajos de la AIDH. El año pasado, al menos en dos ocasiones escribí los textos “Reputación de los funcionarios públicos” (diciembre 4) y “Quinta generación” (septiembre 18) publicado en VANGUARDIA. Este año, junto con al menos otros sesenta académicos nacionales y extranjeros, firmé un desplegado felicitando la designación de su Director General. Así que no oculto mi consideración a la idea y la existencia de un espacio como la AIDH con quienes he colaborado.
Con la Ley, resurge. Viene fortalecida y con buen rumbo.
Hace algunos meses, la Academia pasó un importante bache. Por distintas razones, algunos alumnos y profesores del inmueble donde residió terminaron por provocar la renuncia del Director de Jurisprudencia (fundador él de la AIDH). Se dijo de todo pero finalmente las instancias pertinentes señalaron que ninguna acusación se sostenía (VANGUARDIA, abril 2 de 2017). Desde donde lo veo, el conflicto fue consecuencia natural por lo opuesto de dos filosofías: La Academia construye a futuro, mientras que Jurisprudencia añora algún pasado. Y en esto no hay un juicio de valor, cada quien donde se encuentre más cómodo. Hubo quienes lo tomaron personal y llevaron las acusaciones fuera de la Universidad; pero cuando se pudo contrastar versiones, prefirieron el insulto o la fingida indiferencia. Cada quien.
El tiempo ha pasado; el agua corrió bajo el puente. El trabajo, dicen los clásicos, todo lo vence.
Pero ¿resurgir? Sus integrantes podrán reclamar la expresión, y la verdad les asiste: Nunca dejaron de trabajar.
La lista es larga: organizaron un seminario dentro de los festejos del bicentenario del nacimiento de Mariano Otero en agosto pasado, cuentan con una oferta de estudios a nivel postgrado a punto de conocerse, han convocado a un premio a la investigación relacionado con el derecho a la no discriminación, sostienen un programa de becas para jóvenes investigadores, las páginas de este medio han contado con las reflexiones de sus integrantes. Están, por decir lo menos, en la antesala de las “Jornadas del constitucionalismo social mexicano” a celebrarse el próximo 25 de septiembre. Solo algunos ejemplos: mucho queda por fuera pues nunca paró la rueda. Resurgen, pienso, en el sentido de recobrar fuerzas para seguir su camino.
Opino diferente a quienes afirman que, por decreto, pueda crearse la instancia regional más relevante en la materia. Coincido, por el contrario, con quienes apuestan al trabajo que está por venir.
En ese momento se está, me parece: el de trabajar lo doble. Avanzar de manera permanente, sin prisas ni pausas. En las organizaciones públicas, para bien y mal, aplica eso de “origen no es destino”: aun cuando en la creación pudieron coincidir todos los beneficios, eso nada asegura. Son tiempos para una combinación inteligente entre la cautela y el arrojo.
La AIDH fue ya creada por Ley. Lo fue en un momento muy particular y con sus complicaciones: finales de una administración, una resolución electoral pendiente en tribunales, cuando ya van de salida los legisladores que la aprobaron.
El deseo, por supuesto, es que lo que venga solo fortalezca una instancia con todo el potencial para dejar profundo legado. Al tiempo.
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