El 9 de enero de 1867, nació en Boston (EEUU) Emily Greene Balch, mujer universal, pacifista, socióloga, ganadora del Premio Nobel de la Paz en 1946 y excepcional escritora que, indudablemente, hoy se debería de leer con atención.
Emily fue una auténtica líder, que decidió labrar su propio destino basado en la paz, justicia y libertad. Víctima de su propia valentía y actitud pacifista ya que, por su negativa a la participación de su país en la Primera Guerra Mundial, le fue negado continuar laborando como maestra universitaria.
Fue también una visionaria que sentó las bases de una ciudanía global, en que las guerras fueran imposibles, para lo cual fundó la “Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad”. Mujer de pensamiento hondo, que solía decir: “Me siento profunda y felizmente ciudadana del mundo. Estoy en casa donde quiera que haya gente”.
Además se distinguió por ser una activa impulsora de la participación de las mujeres y de sus derechos en todos los ámbitos de la vida: “Nunca más las mujeres pueden permitirse creer que no son responsables porque no tienen poder. La opinión pública es poder; el sentimiento fuerte y razonable es poder; la determinación, hermana gemela de tener fe o visión, es poder.”
Invite a Emily a este espacio, debido a que hoy es frecuente hablar de la necesidad de encontrar auténticos líderes – mujeres y hombres – precisamente de su talla, porque la sociedad anda en busca de ellos, pero entre más busca menos encuentra, sobretodo en el ámbito político.
Tiempos electorales
Por ejemplo, en tiempos de contiendas electorales es común observar que brotan, como epidemia, personas que sufren delirios de grandeza y en su intento de ganar votos hacen promesas de cambio y honestidad, pero la verdad es que, la gran mayoría de ellas, con sus precarias demagogias, solo secuestran las ilusiones y conciencias de quienes ingenuamente les creen.
A estas personas se les puede distinguir por su impotencia espiritual, por sus intenciones ocultas, por tener metas alimentadas por el egoísmo, la manipulación y la mentira, pues su verdadero fin es alcanzar sus intereses mezquinos para acrecentar sus fortunas y privilegios personales.
A estos seres humanos, farsantes por convicción, bien les vendría aprender de líderes auténticos como lo fue Mandela o del expresidente de Uruguay Pepe Mujica, ambos testimonios de trabajo, humildad, honestidad y amor por su patria.
¿Nacen?
Existen estudios que intentan descifrar si acaso existen ciertas personalidades que expresan las “cualidades” de un líder, que se cuestionan si el líder nace o se hace, si el carisma es el pilar fundamental de quien puede ser considerado como tal.
Después de analizar algunos de esas investigaciones me inclino a pensar que no hay “rasgos compartidos” o “talentos inherentes” a una personalidad de liderazgo, más bien considero que líder es cualquier persona que ha decidido encontrarse a sí misma y forjar su propio destino basado en su misión de vida y haciendo de ella su vocación existencial, que utiliza sus talentos y potencialidades naturales para no resistirse a ser quien en verdad es. En este sentido una “personalidad” que evoca liderazgo la desarrolla quien es fiel a sí mismo, a sus creencias y convicciones. Es decir, un líder es una persona con autoridad moral.
Bajo esta óptica un líder es quien no es esclavo de sí mismo, pues anhela alcanzar su perfección espiritual; es quien ha decidido a cambiar y transformar una existencia apática, insensible e indiferente por un caudal de vida positiva; es la persona que ha renunciado a la mediocridad.
Toda persona que no permite que se le escape la vida, que puede construir el día de hoy, tiene el don del liderazgo, pues aceptar el instante presente, tal como es, lo aleja permanentemente de la cobardía de quienes se refugian y añoran el pasado o de aquellos que suelen temer a la incertidumbre del futuro.
Autoridad moral
El auténtico líder es ejemplo, es autoridad moral, no transfiere su errores a otros, tampoco los culpa por los resultados de sus propias acciones, sabe que no puede perfeccionarse si no forma parte de los demás. De ahí que busque continuamente mejorar en lo humano, espiritual, intelectual y en formar una voluntad de acero.
Nunca vive aislado, por eso no teme abrirse, se compromete con los demás, sabiendo que la independencia sin compasión es egoísmo y que la dependencia provoca almas estériles, por eso busca la interdependencia; acoge a los demás en sus sueños, pero también comparte con ellos el fruto del trabajo que cotidianamente emprende.
Sabe darse, vaciarse, consumarse y hace suyo el desapego. El líder auténtico, no ofende, ni genera resentimientos y, con el paso del tiempo, se convierte en un oasis en los que otros abrevan y encuentran descanso y anhelos.
Cruzada común
Un líder posee una fuerte autoestima basada en la humildad de reconocer lo mucho que le falta por recorrer; es un convencido de sus personales sueños y ante ellos tiene integridad; es entusiasta y sus creencias son congruentes con su acciones; es sincero en sus propósitos, pero solidario con los empeños de los demás; inspira confianza entre aquellos que lo conocen, de ahí que muchos se convierten en sus fieles seguidores, convence con el ejemplo y suele tocar el corazón de aquellos que lo rodean.
Se forja un líder en quien ha reconocido que la felicidad es un camino, no un destino: una senda en la que, cotidianamente, hay que acrecentar la felicidad y la paz propia y también la ajena.
Se construyen líderes en las personas alegres, de actitudes positivas, que hacen lo que aman o han aprendido a amar lo que emprenden, que saben que su profesión u oficio no es un privilegio, sino una responsabilidad social y trascendente. También lo son los seres humanos que no acumulan, que más bien se hacen instrumentos para servir y mediadores para que otros encuentren y crezcan.
Líderes son las personas generosas, que dan su tiempo a causas nobles, que son constantes, que concilian y generan buena voluntad, que son prudentes, que poseen fortaleza de ánimo, espíritu de sacrificio y saben servir.
Existe un líder en los corazones de las personas que se proponen a ser, a edificar, a conquistar su propia alma, que optan por el bien común, que son testimonio de los principios universales y los sublimes valores que rigen para bien la vida del ser humano. Vive un líder en el espíritu de las personas que se han dejado conquistar por la mano de Dios y, desde este cobijo, se empeñan en labrar su trascendencia.
Inconquistable
El líder que busca el mundo lo alude el poema “Invictus” de William Ernest Henley (1849–1903): “Fuera de la noche que me cubre, /Negra como el abismo de polo a polo,/Agradezco a cualquier dios que pudiera existir/Por mi alma inconquistable./En las feroces garras de la circunstancia/Ni he gemido ni he gritado./Bajo los golpes del azar/Mi cabeza sangra, pero no se inclina./Más allá de este lugar de ira y lágrimas/Es inminente el Horror de la sombra,/Y sin embargo la amenaza de los años/Me encuentra y me encontrará sin miedo./No importa cuán estrecha sea la puerta,/Cuán cargada de castigos la sentencia./Soy el amo de mi destino: Soy el capitán de mi alma.”
Ciertamente…
Qué razón tuvo el filósofo al decir “y ojalá llegues a ser lo que ya eres”, es ahí donde se encuentra la génesis del auténtico liderazgo, ese que permanece siempre “invictus”: que no puede ser conquistado por la adversidad, tampoco seducido o vencido por el éxito, tal como lo hizo durante su vida Emily Greene mujer líder.
Mujer pacifista. Mujer tejedora de paz…De alma inconquistable.