Una promesa fallida de la modernidad es la que ofreció que con el progreso el hambre sería desterrada, en cambio, la realidad es que la crisis alimentaria es un flagelo que fustiga y ataca a nivel global y México no escapa a esa catástrofe. En el Global Food Security Index de 2017 de seguridad alimentaria, el país se ubicó en el lugar 43 de 113 países, el dato indica que por razones de seguridad nacional es necesario reducir la dependencia de la nación de los principales productos agrícolas que consume la población, fortaleciendo el incremento constante de la productividad agropecuaria, a fin de asegurar la autosuficiencia alimentaria.
La crisis del neoliberalismo se convirtió en una crisis sistémica, de la que forma parte la crisis alimentaria que se expresa como hambrunas, carestía e incremento incontrolado de los precios de los alimentos y también epidemias de salud que representan verdaderas amenazas para la población.
Según la ONU, las causas estructurales de la crisis alimentaria están intricadas unas con otras, de forma que no se pueden, es imposible clarificarlas y cuantificar a cada una, aunque concluye que en el fondo está la erosión histórica de la naturaleza y de la sociedad que el capitalismo expoliador e injusto impulsa y opera impunemente de forma insostenible.
Ante las crisis medioambiental y alimentaria surgen grupos que fomentan, desde abajo contrarrestar los efectos del hambre, la desnutrición y la carestía; en Saltillo opera, “El Círculo de Esperanza y Caridad, A. C.” Asociación fundada recientemente que pretende ofrecer respuestas operativas inmediatas y autosugestivas para resolver los problemas más urgentes de los grupos marginados por causa de la pobreza creciente, así como atenuar los problemas de alimentación, desnutrición, obesidad, diabetes, afrontando el deterioro de la dieta de las familias campesinas y urbanas, igualmente se proponen contener la emigración de las familias campesinas a las ciudades y al extranjero así como contrarrestar las dificultades que impiden que las nuevas generaciones puedan lograr un buen desarrollo físico e intelectual generando trabajo y fuentes de ingreso.
María Luisa Alvarado Guillermo y Francisco Dávila Ramos trabajan con este ambicioso proyecto en los Ejidos, El Salitre, Guadalupe Victoria, Bañuelos, El Cedrito, Narigua, el Mogote, entre otros, además de la colonia el Tanquecito al sur de Saltillo, con el apoyo de la SEDESOL, Indesol y el DIF, para ello utilizan los recursos naturales con los que cuentan los predios urbanos y campesinos, tales como el espacio, la tierra, el agua, el estiércol de los animales y el trabajo familiarmente organizado en el que están involucrados más de 60 ejidatarios además de los habitantes urbanos.
Es sorprendente la alta productividad que los ejidatarios han alcanzado en la siembra del nopal, algunos han obtenido rendimientos de 40 toneladas al año dependiendo de los recursos del suelo, el riego y la densidad de las plantaciones; en las zonas urbanas enseñan a las familias a cultivar en macetas de manera que no sólo obtienen para la alimentación familiar, sino que alcanzan ventas importantes para otras necesidades.
Mientras numerosos ejidos del municipio de Saltillo permanecen en el abandono de las autoridades y en la marginación, los que han accedido a trabajar con la asesoría de extensionistas solidarios avanzan y sobreviven a pesar de las carencias, porque el desierto es fértil.
Detener o al menos atenuar el proceso de abandono de las zonas agrícolas es un problema de Estado el que debiera atender fomentando sobre todo la producción alimentaria para el mercado interno, combatiendo la carestía permanente de alimentos, en muchos no falta la coca cola ni las papitas y todo tipo de comida chatarra pero se ha abandonado el cultivo del frijol del maíz y otros cultivos tradicionales de esta zona.
Bien por nuestros amigos, María Luisa Alvarado Guillermo y Francisco Dávila Ramos por su trabajo solidario y comprometido con los campesinos de Coahuila.