Cuando nos preguntan sobre quién es la persona que nos ha hecho sentir más queridos, las respuestas más habituales suelen ser los padres o en algunos casos los abuelos. ¿Por qué? ¿Qué tiene de especial ese amor que nos dan y que nos hace sentir tan queridos?
La clave se encuentra en la incondicionalidad. En esa forma de amar sincera y sin condiciones, que no entiende de perfección, expectativas ni errores, sino de aceptación. De ahí la importancia del amor incondicional para nuestros hijos. Profundicemos.
El amor incondicional es la expresión más pura y sincera del amor. Generalmente se reserva a los hijos. Es innato, no hay que hacer nada para que ocurra. Simplemente cuando nace un niño sus padres se enamoran de él, independientemente de como sea.
Probablemente ninguna otra persona nos querrá de esta manera: sin condiciones. Sin importar cómo somos, nuestros errores o defectos. Sin tener que hacer nada para que nos amen, simplemente ser nosotros mismos.
El amor incondicional tiene un gran valor durante los primeros años de crianza. Es la base para el desarrollo de un vínculo de apego seguro y de su estructura emocional posterior.
Un niño que se siente seguro y cuidado querrá explorar el mundo y relacionarse con los demás sin miedo, porque sabe que existe un lugar seguro al que poder acudir, en el que se le cuida y se le quiere. Además, se convertirá en un adulto con buena autoestima y tendrá más posibilidades de establecer relaciones satisfactorias con los demás.
Como vemos, este tipo de amor confiere estabilidad, sensación de protección y seguridad, ingredientes necesarios para sentirnos bien tanto con nosotros mismos como con los demás.
En ocasiones, estamos seguros de amar incondicionalmente a nuestros hijos, pero… ¿lo saben ellos? ¿somos capaces de transmitírselo adecuadamente? La realidad es que, a veces, ellos pueden percibirlo de forma diferente. Por ello, es importante asegurarnos de cómo se sienten.
Además, para que nuestros se sientan queridos incondicionalmente por nosotros, las siguientes recomendaciones pueden ayudarnos:
- Decir a los niños lo mucho que se les quiere, no solo cuando hacen las cosas bien.
- No compararles con los hermanos, amigos o primos. Es importante hacer saber a nuestros hijos que les aceptamos y queremos tal y como son, con sus virtudes y sus aspectos de mejora, pero que estos aspectos no influyen en nuestro amor por ellos.
- Dedicarles tiempo. Pasar tiempo de calidad con nuestros hijos es muy importante. A veces, los horarios de trabajo no nos permiten pasar todo el tiempo que quisiéramos y pensamos “¿estaré invirtiendo bien el tiempo que tengo con ellos?”. Simplemente con preguntarle sobre sus sentimientos, tomándonos en serio sus pensamientos e intentando ponernos en su lugar, estaremos fomentando el vínculo de apego. Otra forma maravillosa de pasar tiempo con ellos es buscando una afición común: un deporte, el cine, pintar…algo que realmente nos apasione, y que disfrutemos haciendo juntos.
- Comunicación. Cuando reñimos a nuestros hijos, muchas veces no les explicamos por qué, les decimos “no te subas ahí”, “no toques eso”, “no hagas lo otro”… Es importante explicar el motivo por el que se le está riñendo, además de ser firmes con nuestras órdenes, sin desvalorizarlos si se equivocan y animándoles a mejorar.
- Distinguir claramente el comportamiento de la persona. El niño puede comportarse mal, pero no es malo. Puede tener miedos, pero eso no significa que sea miedoso… Muy importante: cuidado con las etiquetas.
- No confundir amor con sobreprotección. Querer a un hijo no significa aprobar todo lo que haga, ni tener la necesidad de ahorrarle disgustos. Siempre es mejor ayudarle a buscar soluciones y dejarle actuar, manteniéndonos a su lado, pero como apoyo en caso de necesitarlo.
Por último, no hay que olvidar que el amor incondicional está íntimamente ligado a los cuidados. Por muy cariñosos y dialogantes que nos mostremos con nuestros hijos, si no cubrimos sus necesidades básicas de atención, comida, aseo, y estudios, entre otros, no existirá ese amor incondicional.