Es de sobra conocido el desprecio que siente Andrés Manuel por las organizaciones ciudadanas. Le molesta sobremanera que las personas se reúnan y organicen en torno a algo que no sea él mismo, pues merman su imagen de mesías redentor. No tolera, además, la idea de que puedan llegar a opinar de manera distinta a la suya; por eso y pese a los logros incuestionables que la sociedad organizada ha tenido, por ejemplo, en el combate contra la corrupción, AMLO las repudia.
Esa fue una de las razones por las que, a diferencia de los otros candidatos, decidió no participar en el foro “10 por la educación” en el que participaron más de 100 organizaciones ciudadanas. La otra razón: su pacto mafioso con lo más podrido del sindicalismo magisterial mexicano a quienes ha prometido, a cambio de votos por supuesto, echar abajo la reforma educativa.
Aceptemos sin conceder que dicha reforma está del todo equivocada y que no aporta, en absoluto, nada bueno a la educación mexicana como aseguran las voces del maniqueísmo. ¿No era ese el foro ideal para mostrar los problemas de la reforma y para anunciar, entonces, el camino a seguir en materia educativa? Por supuesto que lo era, pero no para López, porque al aspirante a dictador no le gusta dar explicaciones a quien lo pueda cuestionar, menos todavía, si detrás de una decisión no hay sino un simple y vulgar cálculo electorero.
Andrés Manuel detesta a las organizaciones de la sociedad civil, pero también aborrece a todos los que busquen razones de peso para sus promesas electorales, porque, tarde o temprano sabe que van a descubrir que no buscaba otra cosa que hacerse del poder engañando a quienes son susceptibles de morder el anzuelo.
Por eso, en vez de atender las inquietudes de los ciudadanos, se escuda detrás del “pueblo bueno”, fomentando el odio y la polarización. Justo así, de esa manera, funciona el populismo autoritario que él representa. Por eso, y por muchas otras razones, Andrés no debe ser presidente.
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