La primera conmemoración del Grito de Dolores fue realizada por Ignacio López Rayón y Andrés Quintana Roo el 16 de septiembre de 1812, en Chapitel, actual estado de Hidalgo. En un ambiente festivo, la artillería descargó sus armas. Luego, Rayón acudió a misa con su escolta de granaderos, cerrando el festejo con música.
Poco después, el 14 de septiembre de 1813, José María Morelos incluyó la festividad en sus Sentimientos de la Nación, y declaró:
“Que igualmente se solemnice el día 16 de septiembre todos los años, como el día aniversario en que se levantó la voz de la Independencia y nuestra santa libertad comenzó, pues en ese día fue en el que se desplegaron los labios de la nación para reclamar sus derechos con espada en mano para ser oída; recordando siempre el mérito del grande héroe, el señor don Miguel Hidalgo y su compañero don Ignacio Allende”.
Después de la victoria del Ejército Trigarante, la Junta Provisional Gubernativa, conformada por Vicente Guerrero, Guadalupe Victoria y Agustín de Iturbide, declaró el 16 de septiembre como día de fiesta nacional. En 1823, Guadalupe Victoria trasladó a la Ciudad de México los restos de los primeros héroes para rendirles honores y depositarlos en la Catedral. Al año siguiente, el Congreso Constituyente estableció por decreto sólo dos festividades cívicas: el 16 de septiembre y el 4 de octubre, conmemorándose la promulgación de la Constitución de Apatzingán.
En 1825, las calles y casas del Distrito Federal debían adornarse con cortinajes, guirnaldas, flores, velas y el día festivo el presidente Guadalupe Victoria recibió en Palacio Nacional a los representantes extranjeros. El acto implicaba el reconocimiento de sus respectivos gobiernos a la soberanía mexicana. Si bien durante el siglo XIX, se presentaron modificaciones en el festejo, debemos destacar la constante conmemoración, por lo general el día 15 en manos de las autoridades civiles, y el 16 con una serie de tradiciones de carácter religioso y militar. Contrario al mito popular, no fue Porfirio Díaz quien, por cuestión narcisista, según lo plantea, estableció el día 15 para esa celebración; desde el inicio se hizo así, modificándose, quizás, según las circunstancias.
En la Ciudad de México no se conmemoró en 1847, pues ese día ondeó en la capital la bandera estadounidense. Una década después, en 1857, de la mano del movimiento constitucionalista liberal, el carácter religioso fue quedando a un lado para convertirse en un homenaje laico.
No hay protocolo a seguir para la noche del Grito: el ejecutivo a quien corresponde darlo puede modificar el discurso y la acción, siempre y cuando se emule el momento histórico. Por lo mismo, esta conmemoración en más de una ocasión ha servido para trasmitir al pueblo las intenciones del gobierno en turno, para quienes saben escuchar lo que el presidente dice esa noche suele tener que ver con su política internacional y nacional. Así, por ejemplo, en 1968 hubo dos gritos, pues la represión de Estado del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz polarizó a la sociedad de tal forma que los bandos eran claros: conservadores de Estado, y libertarios pro-justicia política y social. Así desde Palacio Nacional de ese año, Díaz Ordaz vitoreó a los héroes de la Independencia, ante una Plaza de la Constitución más de una vez bañada con sangre bajo su mando. A la vez, como símbolo de resistencia, en Ciudad Universitaria el ingeniero Heberto Castillo pronunció un discurso, que representó un grito por la libertad.
Por lo demás, la celebración empieza la noche de 15 alrededor de las 23:00 horas, cuando el presidente de México da el Grito de Independencia, imitando a Hidalgo, desde un balcón de Palacio Nacional, donde comunica el sentimiento patrio a los presentes en la Plaza de la Constitución. Ellos corean la voz mandataria.
Este modelo se va repitiendo en todas las plazas públicas del país, desde el nivel federal hasta el local, volviéndose una verdadera celebración de remembranza nacional.