Refiriéndose al procedimiento para lo que será la designación del Fiscal Anticorrupción del tan llevado y traído Sistema Estatal, el coordinador del grupo parlamentario del PAN en Coahuila lo calificó de “muy charro”, según trascendió en varios medios de comunicación y redes sociales de su instituto político.
Por lo inmediato, lo primero por apuntarse es el prejuicio manifiesto en la expresión. Por el contexto, eso de “muy charro” funciona como una descalificación que encasilla (y menosprecia) a personas que practican la charrería. Es como quien usa la expresión “muy ranchero” estigmatizando a quienes laboran en el campo. Algunos dirán que es cosa menor, pero en la forma está el fondo.
Al margen de la desafortunada expresión donde la palabra desvela la estructura mental, queda claro que la oposición no comparte lo que sucede camino a la designación de una pieza fundamental del Sistema Estatal Anticorrupción. Tal vez no se comparten cómo se hizo la convocatoria, el procedimiento posterior a ella o los magros resultados de todo lo anterior que se tradujeron en cuatro aspirantes. O todo lo anterior en su conjunto. A partir de esto, puede suponerse, tampoco compartirán el resultado.
En esto pudiera haber algo profundo en todo ello. ¿O se trata, como dicen frecuentemente los del sistema dominante, que están en contra de todo y a favor de nada?
Lo primero que llama la atención es la baja participación para un puesto tan importante. Si pocos acudieron al llamado de hacer algo por la corrupción en Coahuila es porque pocos encontraron como viable ese camino. El Sistema no convence, punto. No pudo ser un tema de publicidad de la convocatoria pues quien estuvo interesado, tendría cómo enterarse.
Cuatro personas se presentaron y han recorrido el procedimiento. Todos ellos tuvieron sus razones para hacerlo: algunas las habrán compartido públicamente y otras, seguramente, se las han guardado para sí mismos.
Pero el número de participantes, por sí solo, no dice si son buenos o malos candidatos. ¿Qué debe observarse?
A lo largo y ancho del país comienza a verse un comportamiento que se convierte en tendencia: las piezas clave del sistema anticorrupción tienen historial de subordinación con los gobiernos en turno. Coinciden en haber sobrevivido (en algunos casos, con bastante comodidad) a la sombra de los poderosos. A ninguno se le recuerda por algún momento en el que la corrupción haya sido su tema. En muchos casos los puestos formales en contralorías o institutos de transparencia (una función, una chamba) sirven de sustituto. ¿Dónde quedará Coahuila?
Adivino: La clase política tomará (o ya tomó) la decisión y lo que sigue es la propaganda de que tal o cual decisión fue la mejor y fue producto de un procedimiento pulcro. Y si hay inconformes, esperarán a que se cansen y callen. Así de sencillo. Así la historia reciente.
En tanto no se vean resultados, soy un manifiesto incrédulo de los Sistemas Anticorrupción. Del nacional y los estatales. Así de simple: Lo que veo no me permite ser optimista.
En los lugares donde algo similar ha funcionado se ha contado con personas y normas con independencia y capacidad fuera de toda duda: consumados penalistas, servidores públicos con la oportunidad crecer siendo pulcros, jueces que desde el inicio de su carrera han puesto su vida en peligro. Aquí no veo algo parecido.
Todo lo demás, las versiones descafeinadas, solo nos pondrán en la ruta de la multiplicación de las organizaciones y los costos y el discurso de que ahora sí las cosas se hacen de manera diferente.
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