El constante aprendizaje es lo que ha posicionado al ser humano como la especie dominante sobre la faz de la Tierra. El poder trasmitir ese aprendizaje de una generación a otra, mediante el lenguaje primero y la escritura después, y no solamente mediante los genes, es lo que ha permitido acelerar el conocimiento, progresar y predominar.
Cierto es que mucho del conocimiento que poseemos viene contenido en nuestro paquete genético. De otra parte, somos autodidactas. Aprendemos por la necesidad y de la experiencia, como a ser padres, a hablar y, en mi caso, a cocinar. Pero hay otro tipo de conocimiento, el que nos ha catapultado al estrellato universal. Es el conocimiento científico y tecnológico. El que dan los libros y ofrecen las universidades. El que se aprende en los laboratorios y en la empresa. El que ofrece el mundo a través de la globalización y el internet.
El saber evoluciona. Antes, las religiones dictaban las teorías, basándose en una interpretación conveniente y sesgada de sus textos sagrados. Esas teorías eran inamovibles y quienes osaran ponerlas en tela de juicio con argumentos razonables y evidencia empírica, eran condenados al ostracismo, al cadalso o a la hoguera. Ahora es diferente. La ciencia avanza día con día, la medicina camina a pasos agigantados, el conocimiento se renueva.
Y ahí está el principal reto para quienes estudiamos una disciplina años atrás. A veces, es suficiente con mantenerse actualizado: un posgrado, un curso, un congreso o, incluso, leer la prensa especializada y revistas de la materia. Pero otras, implican procesos más profundos y dolorosos.
Traumático es para quien descubre que lo que aprendió con tanto esfuerzo, durante tanto tiempo, está mal, es incorrecto o ya no sirve. Quizá una de las acciones más difíciles para una persona es desaprender. ¿Y es que cómo sacar de la cabeza lo que en su momento se aprendió con pasión, con dedicación, y que estuvo en nuestro subconsciente tantos años?
Para desaprender se necesita humildad para aceptar que el conocimiento que hemos generado y guardado es erróneo; se requiere voluntad para sacar de nuestra mente el sobrepeso que cargamos; se requiere coraje para empezar de nuevo.
Decía Heráclito, un filósofo de la antigüedad, que nadie se puede bañar dos veces en el mismo río, porque al siguiente instante el río ya no es el mismo, ni tampoco la persona. Con esa rapidez se evoluciona, no le tengamos miedo a aprender cosas nuevas y, sobre todo, a desaprender cosas viejas.
Aprendamos a desaprender. Tiremos ese lastre que nos hace lentos y vulnerables. Es la clave para viajar ligeros, solo con lo que realmente necesitaremos durante el resto del camino.