Vivimos los tiempos del arrase, la gratitud dura unos instantes, después se apaga y cada uno a lo suyo y aquel se queda en el olvido, porque la razón de los días es la practicidad, la competencia y el interés personal. A la hora de salvar el pellejo, no hay prójimo, solo uno mismo.
Los analistas del fenómeno de la ingratitud señalan que esta, conduce a un estado psicológico malsano que se caracteriza por ciclos que se repiten, donde las expectativas del sujeto son irreales, con vivencias de frustración, siendo el sujeto incapaz de valorar –en su justa medida– lo bueno que le ha ocurrido.
La benevolencia o el hacer un favor en cristiano nace precisamente de ese instinto gregario del ser humano, mezclado con la religiosidad infundida de apoyar al semejante, aunque la conseja bíblica menciona el no esperar a cambio, la naturaleza humana se contradice y refiere el agradecimiento en mención al favor o la ayuda prestada.
De esa manera, la gratitud corresponde a una experiencia de abundancia, donde existe conciencia de que uno se ha convertido en el receptor de un buen regalo por parte del donante. Dicen los psicólogos que es una respuesta emocional positiva por parte de una persona, generada por el beneficio recibido por un benefactor y que se expresa mediante el agradecimiento.
Al contrario, uno de los grandes peligros a los que se enfrentan los sujetos ingratos, es que su vida se convierta en una suerte de “profecía condenatoria”, ya que su ingratitud determina que los demás renuncien a continuar siendo amables y generosos con ellos, en función de lo cual, el ingrato termina atrapado en la trampa que ellos mismos han tendido, pues al dejar de recibir ayuda piensan que el mundo es un sitio hostil donde no hay espacio para la bondad, sin aceptar ni darse cuenta de que han sido ellos mismos, quienes, con sus actitudes de morder la mano que los alimenta, han alejado a las personas que fueron generosas con ellos.
Múltiples ejemplos suceden en los ámbitos laborales acerca de esa conducta e innumerables en el mundo de la política.
Poniéndonos filósofos, la ingratitud es la amnesia del corazón y que se le va a hacer, si no tiene remedio, pues.
John Tierney resumió algo de su investigación más reciente en The New York Times: “Cultivar una actitud de gratitud se ha relacionado con una mejor salud, un sueño más profundo, menos ansiedad y depresión, una mayor satisfacción a largo plazo con la vida y un comportamiento más amable con los demás… Un nuevo estudio muestra que sentir gratitud hace que las personas sean menos agresivas cuando son provocadas.”
El ingenio popular ha producido consejas muy atinadas y conversas sobre estos individuos: “Hacerle un favor a un ingrato es lo mismo que perfumar a un muerto”. (Plutarco)”. Favores pasados son como deudas viejas: nunca se pagan y menos las puedes cobrar”. (Antonio Pérez); El hacer bien a villanos es echar agua en el mar; De beneficios salen ingratos; y de caídos, avisados”. No hay fiera más fiera que el que ingrato sea”. “Acogí el ratón en mi agujero y volvióseme heredero”. “A gran solicitud, gran ingratitud”; “Cría cuervos y te sacarán los ojos”; “Dale a comer rosas al burro, te pagará con un rebuzno”; “Favores hacen ingratos”; “Haced fiestas a la gata, y saltaros a la cara”; “Metí gallo en mi cillero, hízose mi hijo y heredero”; Regala a la gata y te arañará la cara y “Pan comido, la compañía deshecha”.
Finalmente, Cervantes emite una condena: “El hacer el bien a villanos es echar agua al mar. La ingratitud es hija de la soberbia”. Suerte entonces a las personas que son bondadosas y ayudan, ojalá sin esperar nada a cambio a causa de no sufrir. Benditos sean quienes dan, porque las manos que dan nunca estarán vacías, aunque no se agradezca, para seguir sosteniendo al mundo.