He reconocido aciertos en algunos pronunciamientos del actual gobierno (por ejemplo: no devolver a los sindicatos el manejo de nóminas y plazas magisteriales) pero no guardaré silencio ante sus fechorías. No me es grato como opositor sino frustrante como ciudadano constatar, día con día, que el Presidente vive para la estafa y la mentira.
Sin guardar reposo aparece en todas partes el tartufo; el que tiene “otra información” con la que decide a su antojo las cuestiones públicas; el que dice, se contradice y niega haberlo dicho; el que llama, con “amor y paz” y sermones de pastor, a la reconciliación, al tiempo que injuria y calumnia con gracejadas de pelafustán; el que no rectifica, porque no se equivoca y otros son los culpables; el que a nadie rinde cuentas, porque no es como “los otros” y él tiene “autoridad moral”. ¡Ese que ni siquiera tiene conciencia del ridículo!
Coronado por 30 millones de mexicanos con hartazgo, indignados e ilusos, la semana pasada se tomó la licencia de anunciar a México y al mundo que tuvo a bien derogar diversas disposiciones de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos a través de un MEMORANDUM de dos cuartillas, sin fundamento legal alguno (porque no existe) pero su voluntad lo puede todo.
Nuestra historia registra innumerables violaciones a la Constitución perpetradas por actos u omisiones presidenciales, pero esta es la vez primera que un presidente se atreve a consignarlas por escrito, con su firma, de manera inequívoca y anunciarlas oficialmente por él.
Algún día sabremos si lo hizo por ignorancia supina, por cinismo o estamos ante un inimputable.
Lo cierto es que ese papelajo o pasquín no funcionó como guiño a la CNTE (esos maestros son muchas cosas, pero idiotas no). Evidentemente, los secretarios del Presidente no acatarán la instrucción; saben que podrían incurrir en “coalición de servidores públicos” y responsabilidades administrativas. Él, por lo pronto, impune; ellos no.
Además, el panfleto presidencial viola la división de poderes, acaba con los principios de legalidad y certeza jurídica, y destruye la poca confianza, nacional e internacional, en nuestro frágil estado de derecho.
Ante tal calamidad, debemos defender a la Constitución de los ataques del que protestó someterse a ella; de ese que repite socarronamente: “Al margen de la ley nada, por encima de la ley nadie”… porque él es la ley. México superó la etapa de los caudillos al comprobar que todos fueron nefastos. Para someter a éste necesitamos fortalecer nuestras instituciones y actuar como ciudadanos de verdad.
Trátese de un corrupto o de un enfermo la consecuencia es la misma: la destrucción de las instituciones y la rencorosa división de los mexicanos.
Diego Fernández de Cevallos. Milenio.