Las expectativas generadas por un empresario con nombre de calle, fueron grandes. Isidro López Villarreal llegaría al Ayuntamiento de Saltillo a enderezar lo torcido. Su trabajo y experiencia en empresas ordenadas, sistémicas y donde la calidad y la reingeniería de procesos, lejos de ser una moda, fueran simplemente la forma de trabajar, parecían garantizar un golpe de timón en la ruta de navegación de la ciudad. No solo era el PAN desplazando al PRI, (ya habían pasado dos oportunidades iguales, dos administraciones con familiares directos de Isidro, gobernando Saltillo por la vía albiazul).
Suponíamos orden, honestidad y transparencia en las finanzas públicas y el mayor presupuesto destinado a obras y servicios y no a tanto gasto suntuario y discrecional, como en las criticadas administraciones tricolores. Esperamos también una selección de cargos y puestos con perfiles idóneos, sin pago de cuotas partidarias o políticas, ni menos de compromisos con benefactores de campaña.
La eficiencia y los resultados en cada área municipal, se daban por descontado. La cercanía con la gente, la difusión de valores humanos y la generosidad desde el gobierno con un pueblo con tantas carencias, era esperanza alcanzable.
Pero pasaron los meses y todo se desvanece. La ilusión se apaga y la luna de miel con el pueblo, acaba de golpe. Las diferencias internas afloran, los funcionarios panistas en la administración municipal, se enconan. Enfrentados, hacen bandos y dejan sus encargos para atender cuitas grupales.
Todo se paraliza en el Ayuntamiento. Empiezan los relevos, salen varios personajes importantes que armaban la estructura, (salen por una puerta lateral habiendo ingresado por la frontal: Adrián Ortiz, Carlos Orta, Lazcano, etc.). Otros funcionarios directivos salen quemados y endiablados.
El mando en la presidencia municipal se divide: manda el alcalde, manda la señora del alcalde, manda el hijo del alcalde, manda la secretaria del ayuntamiento, manda la nueva tesorera, mandan los amigos del hijo del alcalde. Y eso no es lo peor, mandan todos ellos en ordenes encontradas, y en contraordenes, que traen de cabeza la disciplina, la lealtad y el orden.
El área de desarrollo urbano es tachada de ineficiente, cómplice, con tratos diferenciados, con abuso de poder y lentitud en tramitología. La dirección de policía obedece a sus patrones fuera de Palacio Municipal, (fue heredada), por ello la seguridad se ha descompuesto y los robos son “el pan de todos los días”. A ello hay que agregar que la relación con el estado es pésima y las bolas flojas enviadas desde Palacio Rosa, son bateadas flojas también desde Coss ( se especula que los robos y demás, son efectuados por uniformados estatales y algunos municipales).
Hay una orden que todos han de acatar al interior del Ayuntamiento… Nada que pueda afectar la imagen del alcalde puede autorizarse, por ello, está paralizada toda la administración de la ciudad.
Las finanzas hacen agua, hay desbalance y los pagos a proveedores, a servicios profesionales prestados, a la prensa y demás, están muy atrasados; algunos por más de un año. Hay tantas especulaciones en el porqué de la salida del tesorero, tantas que ameritan un capítulo aparte.
El caos impera en Saltillo, la nave municipal está al garete. El extravío es general y la brújula se ha perdido. Díganme si no, el capitán (el alcalde), dejó el barco por chico en pos de un trasatlántico.
¡Isidro anda en campaña, pero olvidó ser alcalde!
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