Ayer se logró un equilibrio entre las fuerzas políticas del país.
El panorama para los próximos 3 años sigue siendo complicado, pero las elecciones intermedias, obligan a los diferentes actores políticos a negociar, a dialogar y conciliar.
Sería una quimera pensar que todo será mejor en el país. Lo que sí podemos pensar es que tendremos menos imposiciones y caprichos del poder ejecutivo, y sobre todo abrimos nuevamente el camino de la democracia: imperfecta, voluble y sobre todo llena de intereses.
Pero es mejor para el futuro vivir en un país, donde se gobierna con acuerdos y consensos, que en un país lleno de caprichos, rencores e ideas obsoletas con paradigmas ya superados.
México es una economía fuerte, con una serie de ventajas sobre muchas otras en el mundo.
Con un potencial de crecimiento que hemos desperdiciado a través de los años, por múltiples razones: falta de educación, corrupción, desequilibrio social y económico, sindicalismo, impunidad y delincuencia organizada.
Indudablemente tenemos las bases para forjar una sociedad más equilibrada, que permita alcanzar mayores niveles de bienestar a la población y mejorar la calidad de vida de las personas, incrementando la riqueza y la generación de capitales, sin menoscabo del ningún grupo social o de ninguna región del país.
Hay que entender que México no es solamente un país, es parte del mundo y debemos integrarnos a nuevas formas de entender la vida: ser más productivos, caminar por los senderos de la sustentabilidad y la ecología, buscar la calidad de vida en todos los mexicanos y sobre todo tratar de ser felices.
La vida no está soportada en los valores económicos o los factores políticos; está sustentada en las personas, y estás en la familia, y ser felices es al final de cuentas el valor que debe prevalecer: es el corolario de todos nuestros actos.
Los mexicanos votamos para tratar de buscar la felicidad, para cambiar el destino de los hijos y los nietos. Y eso no lo entienden los políticos ni los partidos.