Tras un vuelo de más de tres horas de la Ciudad de México a Tijuana, de una travesía de 15 horas en autobús recorriendo la mitad de la península de Baja California y 45 minutos de traslado en camioneta por un camino de terracería, logramos internarnos en la laguna San Ignacio, enclavada al sur de la Reserva de la Biosfera, El Vizcaíno, declarada en 1993 como Patrimonio Mundial por la Unesco.
En esta recóndita área natural protegida, los teléfonos celulares pierden la señal y los relojes parecen detenerse, como preludio de lo que será un viaje inolvidable que todos debemos hacer por lo menos una vez en la vida, para regresar al origen y reencontrarnos con la naturaleza.
La laguna San Ignacio, de aguas someras con temperatura de 18 grados centígrados en promedio es el paraíso para la ballena gris (Eschrichtius robustus), que recorre 10 mil kilómetros desde los fríos mares de Alaska hasta el noroeste de México para cortejarse, aparearse y tener a sus crías.
El periodo de gestación va de los 11 a los 13 meses, por lo que las hembras se embarazan aquí en invierno y regresan el siguiente año a dar a luz.
De esta forma, se confirma que la mayoría de los ejemplares son mexicanos por nacimiento, a menos que se adelanten y salgan del vientre de su madre en la larga ruta migratoria.
Las crías que nacen con una longitud de cuatro metros y 750 kilogramos de peso, permanecen entre siete y nueve meses junto a su madre, tiempo que aprovechan para lactar, crecer y volverse independientes.
En nuestras salidas al mar para observar a la majestuosa ballena gris, pudimos presenciar en primera fila la danza de apareamiento de los machos con la hembra, ritual donde participan al menos tres ejemplares.
“Los machos no pelean por ella, trabajan en conjunto, ya que uno de ellos empuja a la hembra para acercarla a su compañero, mientras el otro actúa para después intercambiar lugares; por lo regular uno de los machos es más adulto que el otro; el otro es aprendiz y el primero es el que está enseñando al más pequeño”, explicó Daniel Aguilar, guía del campamento Antonio’s Ecotours.
Durante el cortejo, es común admirar los increíbles saltos de las ballenas adultas, de 30 toneladas de peso y 15 metros de longitud, que logran sacar del agua hasta tres cuartas partes de su cuerpo.
Pero la verdadera comunión con la ballena gris se logra cuando las madres y sus crías se acercan a la embarcación para convivir con los visitantes; es evidente que los ejemplares disfrutan de la interacción y el contacto humano.
Uno de los momentos para recordar por siempre es al cruzar miradas con la ballena; cuando sus pequeños ojos café se posan sobre los tuyos, mientras sale a la superficie, como invitándote a tocar su lisa y fría piel.
Sergio Martínez, coordinador del Laboratorio de Investigación de la Ballena Gris en la Laguna San Ignacio, perteneciente a la Universidad Autónoma de Baja California Sur (UABCS), reveló que este comportamiento amistoso de la especie, puede ser un conocimiento transmitido de madres a crías.
“En ocasiones, las mamás motivan a las crías para que se acerquen a las embarcaciones. Hemos notado que a media temporada, digamos a finales de febrero, cuando las mamás ya están cansadas y quieren descansar o relajarse, le dejan la cría a la embarcación, mientras ellas permanecen en reposo, cerca de su hijo, pero descansando, ya sea en la superficie o debajo del agua”, detalló.
Pero la relación de las ballenas con los visitantes no siempre fue así. Hasta mediados del siglo XX, en esta comunidad de pescadores se cazaban ejemplares para aprovechar su preciado aceite, lo que redujo drásticamente la población hasta poner en riesgo su supervivencia.
“Este lugar lleva el nombre de La Freidera, porque antes los cazadores sacaban la grasa de las ballenas, las freían para sacarles el aceite y almacenarlo en barricas”, relató Raúl López, presidente del Comisariado Ejidal de la Laguna San Ignacio.
Destacó que a través de los años, esta situación se modificó. Primero con la adhesión de México a la Comisión Internacional Ballenera en 1949, y posteriormente con el decreto que dio origen a la Reserva de la Biosfera El Vizcaíno en 1988.
“Nos convertimos en prestadores de servicios turísticos, por lo que tuvimos que comenzar a prepararnos para aprender de historia natural”.
“Ahora cuando la ballena se acerca a nosotros, nos da una lección de amor al dejarse tocar y sentir, por el perdón que nos ofrece a los seres humanos, después de que la pusimos al borde de la extinción, porque siendo un animal tan grande, pudiera partir en dos nuestras embarcaciones de un sólo coletazo”, manifestó.
Antonio Aguilar, propietario del campamento Antonio’s Ecotours, recordó que hace 40 años, los pescadores ribereños les tenían miedo a las ballenas, y evitaban pasar cerca de ellas, hasta que un día él junto con otros compañeros decidieron probar suerte y comprobar que los ejemplares eran amistosos.
“Así fue como cambiamos de pegarle a las lanchas para alejarlas a echarles agüita para atraerlas”, comentó.
De acuerdo con Sergio Martínez, también integrante del Programa de Investigación de Mamíferos Marinos (PRIMMA), de la UABCS, el pico de la temporada de avistamiento de ballena gris en la Laguna San Ignacio se registró el pasado 6 de marzo con 194 ballenas solitarias, y el 19 de marzo con 37 mamás con cría, lo que supera el número obtenido en los cinco inviernos anteriores.
Fay Crevoshay, directora de Comunicaciones y Políticas Públicas de Costa Salvaje, resaltó la gran batalla que el Ejido Luis Echeverría Álvarez y organizaciones de la sociedad civil, tuvieron en el año 2000, para lograr que la Laguna San Ignacio se mantuviera como un ecosistema prístino, ante el intento de construir un desarrollo salinero industrial.
En 2005, los ejidatarios se comprometieron ante un notario público a ajustarse a un esquema de servidumbre ecológica, que brinda protección a perpetuidad a 57 mil hectáreas de tierras que hoy ofrecen servicios ambientales.
Para adoptar esta herramienta de conservación, 42 ejidatarios hicieron un mapeo de las áreas de uso, aprovechamiento, manejo, vida silvestre y conservación, con lo que definieron la vocación del sitio.
Paula Tussie, mánager de Comunicaciones y Políticas Públicas de Costa Salvaje, indicó que gracias a las decisiones que tomaron, los pobladores, la Laguna San Ignacio es un ejemplo a nivel global de turismo de conservación.