Desde el pórtico donde a diario jugaba, podía ver a mi madre deslizando incansablemente un trapo sobre los polvorientos asientos de un templo presbiteriano, ubicado en las inmediaciones de la industriosa Monclova. No muy lejos de ahí, a 30 kilómetros de Múzquiz, Coahuila, residía desde hacía más de un siglo una comunidad de negros, a quienes se les denomina “mascogos”.
Procedente de la Unión Americana, dicha población aún existe, y da cuenta del espíritu altruista y vocación de anfitrión de nuestro país, en donde prácticamente ningún extranjero es rechazado, mucho menos por su color de piel y, cuando el caso lo requiere, enseguida nuestros visitantes son asilados y cobijados por nuestra calidez. Seguramente de esta tradición derivan viejos dichos populares, como “donde comen dos, comen tres” o “mi casa es tu casa”.
Me es difícil establecer el motivo por el cual en culturas como la estadounidense predomina el ánimo de satanizar y repeler a los inmigrantes, a pesar de que esa nación, por ejemplo, debe su prosperidad al esfuerzo y talento de millones de personas provenientes de todo el mundo, entre ellos los mexicanos, que tanto han contribuido a la formación y sostenimiento de verdaderos emporios.
Por la misma época en que mi progenitora cuidaba de aquél templo mientras yo gateaba, Martin Luther King pronunciaba uno de los más bellos discursos de todos los tiempos, en el marco de su lucha contra la discriminación racial en el vecino país, injusticia que increíblemente vuelve a ponerse en boga con el arribo de Donald Trump al poder y, en el pasado reciente, con motivo de la ya célebre Ley SB1070.
Acerca de aquella ofensiva jurídica, hace siete años hice en este mismo espacio un comentario en el sentido de que bien habría hecho la entonces gobernadora Janice K. Brewer en sopesar las consecuencias que, sobre todo desde la óptica humanística, planteaba la implantación de esa iniciativa, como era la emigración en masa de indocumentados susceptibles de ser deportados, así mismo, la subsecuente separación de familias que residen en Arizona y la recesión económica de ese estado fronterizo por escasez de mano de obra y quiebra de negocios, entre otros efectos igualmente funestos.
Pero con respecto a la emotiva alocución presentada en Washington por Martin Luther King, el 28 de agosto de 1963, bajo el monumento del libertador Abraham Lincoln, es claro que dejó mal parado al gobierno estadounidense. No hace mucho, también habría puesto en su lugar a la fría, implacable y prejuiciosa gobernadora Brewer. Actualmente, esa misma disertación significaría una enorme piedra en el zapato del racista Trump, empeñado en construir un muro y en llamar “letrina”, cuando no “agujeros de mierda”, a Haití, El Salvador y países africanos.
A estos últimos dos gobernantes, aquel activista defensor de los derechos civiles, asesinado con arma de fuego, les estaría hoy restregando en sus caras: “Nos rehusamos a creer que el banco de la justicia está quebrado… que no hay fondos en los grandes depósitos de oportunidad en esta nación. Entonces hemos venido a cobrar este cheque, un cheque que nos dará las riquezas de la libertad y la seguridad de la justicia.
“Ahora es el tiempo de elevarnos del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el iluminado camino de la justicia racial. Ahora es el tiempo de elevar nuestra nación de las arenas movedizas de la injusticia racial hacia la sólida roca de la hermandad. Ahora es el tiempo de hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de Dios.
“Existen aquellos que preguntan a quienes apoyan la lucha por derechos civiles: “¿Cuándo quedarán satisfechos?” Nunca estaremos satisfechos en tanto el negro sea víctima de los inimaginables horrores de la brutalidad policial. Nunca estaremos satisfechos en tanto nuestros cuerpos, pesados con la fatiga del viaje, no puedan acceder a alojamiento en los moteles de las carreteras y los hoteles de las ciudades…
“No olvido que muchos de ustedes están aquí tras pasar por grandes pruebas y tribulaciones. Algunos de ustedes apenas salieron de celdas angostas. Algunos de ustedes llegaron desde zonas donde su búsqueda de libertad los ha dejado golpeados por las tormentas de la persecución y sacudidos por los vientos de la brutalidad policial. Ustedes son los veteranos del sufrimiento creativo. Continúen su trabajo con la fe de que el sufrimiento sin recompensa asegura la redención…
“No nos deleitemos en el valle de la desesperación. Les digo a ustedes hoy, mis amigos, que, pese a todas las dificultades y frustraciones del momento, yo todavía tengo un sueño. Es un sueño arraigado profundamente en el sueño americano…”
Después de reconsiderar este fragmento del discurso, cuyos conceptos siguen vigentes, me pregunto si cabe la posibilidad de que surja otro líder capaz de volver a enarbolar la bandera de amor que defendió, con gran pasión y entrega, aquel moreno caudillo. En todo caso, se impone una cuestión: ¿No deberíamos ser cada uno de nosotros una especie de Martin Luther King en estas horas infaustas?
(palabras_mayores@hotmail.com).