Hace algunos años me tocó presenciar el desfile del Día de Muertos en la capital del país. Cientos de miles de mexicanos llenaban las calles aledañas al centro de la Ciudad de México; padres e hijos se apretujaban buscando un espacio para presenciar los carros alegóricos tripulados por la protagonista del momento: la catrina. Y no solo ahí, en todas partes se le celebra en estas fechas.
Fusión perfecta entre la diosa precolombina de la muerte “Mictecacíhuatl”, la picardía mexicana y la inventiva creativa de José Guadalupe Posada, la catrina se ha convertido en un ícono de unidad nacional que traspasa fronteras. De la misma forma, por doquier se leen y se escuchan las tradicionales “calaveritas”, que son ingeniosas composiciones en rima dedicadas a ciertos personajes o instituciones y que tienen a la muerte como eje central.
Lejos de ser una fecha de duelo y de guardar, esta efeméride es motivo de fiesta y de júbilo para los mexicanos. Cierto, a lo largo y ancho del país las celebraciones varían ampliamente en formas y estilos, pero no en pasión y entusiasmo.
Los cementerios suelen ser un hervidero de gente que no sufre, festeja, entre una algarabía de colores, olores y sabores. La música del mariachi, la marimba o del trío hace eco hasta lo más recóndito de las fosas y los nichos.
En las casas, los altares se componen de petates con pozole, mole, enchiladas, sopes, tequila y tabaco, al gusto del difunto. No falta, por supuesto, el rico “pan de muerto” en abundancia, esa adaptación colonizadora a las hogazas producidas por la cocción de harina de amaranto remojada con la sangre de los sacrificios humanos que acostumbraban a realizar las tribus guerreras mesoamericanas.
A un lado, siempre la veladora prendida que junto a la vereda de flores de cempasúchil alumbraba el camino del alma del ser querido hacia el Mictlán mexica, el Paraíso Católico o ambos. Más que un homenaje a la muerte parecía una celebración de la vida.
Los mexicanos somos un pueblo valiente, que en lugar de alejar a la muerte de nuestras vidas la incluimos, la celebramos y la hacemos partícipe de nuestra cultura. Es un pilar básico de nuestra identidad.
Este año las celebraciones han tenido que ser diferentes. Es importante no perder nuestra esencia. Que las catrinas y las calaveritas siguen engalanando nuestras ciudades y embelleciendo nuestros hogares. Sigamos cultivando en nuestros hijos el amor a México a través de nuestras hermosas y ancestrales tradiciones. Al final de cuentas es lo que nos distingue como pueblo y nos une como mexicanos.
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