Se dice que el origen del platillo hoy conocido como capirotada se remonta a los tiempos del imperio romano, hace casi dos mil años. La capirotada se introduce a España y eventualmente, en épocas de la conquista, llega a América ya con cambios sustanciales en cuanto a ingredientes, sabor y contexto de su consumo. Mientras el platillo original era salado y tenía pollo o carne, aunque siempre con trozos de pan, para cuando llega a México es que adopta el nombre “capirotada”, ya que lo servían los monjes que portaban un gorro capirote durante la semana santa. El capirote es algo similar a lo que identificamos hoy con el Ku Klux Klan, por ejemplo. Un gorro en forma cónica, alto y puntiagudo y que incluso cubría la cara, por lo que era gorro y máscara a la vez. Este gorro-máscara se sigue usando en España, por ejemplo, e indica que quien lo porta está haciendo penitencia. Pero bueno, volviendo a la capirotada, que para cuando fue introducida a México por monjes portando capirotes ya era un platillo socorrido debido a la escasez de alimentos y porque era muy económico. Se le quitó la carne y se volvió un platillo dulce, además asociado con la semana santa y la penitencia, en el que se mezclaban distintos ingredientes que al final arrojaban algo que, si bien no era un platillo de concurso ni de alta cocina, era suficientemente bueno para ser consumido y aportar contenido calórico. En Estados Unidos hay una versión similar que se le conoce como “bread pudding” o budín de pan y que lleva orillas de pan de caja. En realidad, no es esta la sección de recetas, ni mi intención es extenderme mucho más en el platillo capirotada, pero les dejo aquí la versión corta y textual compartida por WhatsApp de la receta que alguna vez comí en casa (gracias a mi madre Regina Felán por la versión corta de la receta; y no, no te la pedí para cocinarla, sino como parte de una metáfora de la que quiero escribir): “Derrites piloncillo en agua y a esa agua le agregas canela, cilantro y cebollas de rabo. No te asustes, eso lo vas a colar; cortas y tuestas rebanadas gruesas de pan bolillo y las pones en un molde, les agregas queso rebanado, tal vez huevo duro si te gusta, y lo bañas con el agua de piloncillo colada, le agregas pasas de uva y nuez y lo metes al horno”. Nota: la abuela materna (Monclova) la hacía con pan Bimbo y la abuela paterna (Saltillo) la hacía con bolillos viejos de la panadería La Espiga (Calle de Ramos Arizpe). También, en ocasiones se hacía una versión de capirotada estilo budín de pan con orillas de pan Bimbo.
La verdad es que nunca me gustó la capirotada (mi mamá lo sabe), pero se me grabó en la mente como lo que sus orígenes describen, un platillo de bajo costo con muchos ingredientes y muy socorrido en épocas difíciles; sí, se sentía como penitencia tener que comerlo. Desde hace muchos años, para mí, la palabra ha tomado un significado asociado a una improvisación combinada con confusión y falta de pericia, ganas o tiempo, en la que hay que hacer algo con lo que hay a la mano, en ocasiones sobras (como las orillas de pan bimbo o el bolillo viejo), revolverlo, cocinarlo como uno pueda sabiendo que no es un chef de fama y esperar que los comensales se animen a probarlo sin quejarse mucho, especialmente porque es lo que hay. Y es ese significado de capirotada que llevo en la mente el que me salta frecuentemente cuando trato de entender los planes, estrategias, políticas o ideología del gobierno de López Obrador. El gobierno de AMLO y su 4T es la muestra perfecta de lo que es una capirotada en la política.
Aunque existen muchas carencias y necesidades, la “pobreza franciscana” de AMLO es el inicio de una mala receta y de una capirotada que no sabe a nada bueno. Decidió deshacerse de los “ayudantes de cocina” que tenían cierta experiencia, capacidad y formación para reemplazarlos con otros más baratos (supuestamente más honestos) que no saben ni cómo prender el horno. Y esa purga no solo se dio a inicios del sexenio, sino que sigue incluso a casi cuatro años de gobierno. Procedió a pagarle menos a los ayudantes y a convertirlos en su servidumbre que no puede opinar, sugerir y mucho menos cuestionar el proceso, los ingredientes o al “chef” supremo. Entre quienes siguen por ahí, adulando al señor, se forma otra capirotada (de perfiles) que van desde orillas de pan (aplica para el partido también), hasta uvas muy pasas (aplica para la edad) y cebollas rancias o desechadas de otras cocinas (o partidos). Pareciera que ninguno de ellos sabe cómo prender el horno o atinarle a la temperatura para que la receta se les gratine siquiera un poquito. No tienen ideología, o tal vez la ideología consiste en aventar a la charola (o caja china) de la capirotada todo lo que se les ocurre y encuentren a la mano, ocurrencias diarias. Si bien México ha padecido malos gobiernos por 4 y 40 años, no podemos conformarnos con quienes lo quieren mantener como experimento de cocina y campo fértil para la capirotada del que llegue. Por ahora, parece que la penitencia sigue.
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