La nota financiera en México la sigue dando el tipo de cambio del peso con respecto al dólar, sosteniéndose una evidente sobrevaluación de la moneda mexicana. Los efectos para la economía son mixtos.
Por el lado positivo, tenemos importaciones más baratas, lo que juega favorablemente en el control de la inflación, y el turista mexicano se beneficia con viajes más económicos al extranjero.
Por el lado negativo, nuestra planta exportadora sufre al invertir en pesos caros (por la alta tasa de interés) y vender en dólares devaluados. Los contratos de arrendamiento industrial suelen negociarse en dólares también, por lo que los parques industriales merman sus ingresos. Las familias receptoras de las remesas, regularmente las más necesitadas, reciben menos pesos por cada dólar enviado por su familiar en Estados Unidos y el turismo se encarece para el viajero extranjero. El gobierno federal también ve afectados sus ingresos al recibir menos pesos por cada barril de petróleo vendido en el exterior.
En cuanto a las causas de un peso fuerte podemos mencionar a la tasa de interés como la principal, reforzada con la llegada masiva de dólares proveniente de las remesas, donde se encuentran mezclados también los ingresos de algunas actividades ilícitas.
Hace un par de semanas el Banco de México, después de casi un año de mantener la tasa de referencia en 11.25%, por fin la redujo en un cuarto de punto porcentual. Aunque el efecto en la economía y en el mercado cambiario fue marginal, cuando menos ya se perfila un control inflacionario y se vislumbra una actitud más flexible de la autoridad monetaria.
Con una inflación inferior al 4.5% y una tasa de interés del 11%, la tasa de interés real ronda el 6.5%, muy superior a la que ofrecen otros países e incluso suficiente para contrarrestar el riesgo país, que para muchos analistas va en aumento.
El problema es que los recursos que están llegando por esta razón, y manteniendo artificialmente sobrevaluado al peso, son capitales golondrinos que volarán cuando baje la tasa de interés, se incremente la inflación o crezca el riesgo país ante la primera turbulencia política, social o económica.
Por otro lado, una tasa de interés alta inhibe la inversión física y la creación de empleos, sobre todo en el sur del país, donde los beneficios del nearshoring no llegan, la inseguridad no ayuda y el estado de derecho no existe.
Para que nuestra economía despegue, necesitamos tasas de interés competitivas y que el tipo de cambio alcance su nivel óptimo. De otra forma, tendremos que tocarle las golondrinas a la esperanza de un crecimiento sostenible.