El campeón arriesga, Niepómniashi entra al trapo, ambos yerran en apuros de tiempo y el ruso cae en la jugada 136 del 6º asalto.
El riesgo es la solución para que el ajedrez clásico de élite sobreviva. Magnus Carlsen lo asumió durante ocho horas de boxeo mental en la 6ª partida del Mundial (la más larga de su historia) que disputa en Dubái contra Ian Niepómniashi, quien estuvo a su altura casi hasta el final. El combate, épico, terminó con la victoria del noruego tras 136 movimientos. El ruso conducirá este sábado las piezas blancas en el 7ª asalto de los 14 previstos, desde las 13.30 (hora peninsular española), con el marcador desfavorable por 2,5-3,5.
“Creo que la clave está en que he tenido más paciencia que Ian en la octava hora. Sabía que la posición era muy difícil de defender, y que su error podía llegar en cualquier momento. Era cuestión de porfiar”, explicó el campeón mientras su séquito se abrazaba y saltaba de alegría. Niepómniashi compareció en la sala de prensa, algo muy raro en los perdedores de este tipo de situaciones. Y además contestó a todas las preguntas que le hicieron, intentando dar la impresión de que estaba entero: “No es realista pensar que pueda haber cinco o seis partidas de un duelo contra Carlsen por el título mundial sin que alguien gane alguna. Me ha tocado a mí perder, pero esto sigue”.
Las maneras de Carlsen cuando llegó al Palacio de Congresos de la Expo Universal indicaban una férrea determinación de luchar y arriesgar. En lugar de esperar a que el presentador lo llamase, entró antes en el escenario y tomó asiento, como si deseara que la pelea empezase ya. Parecía claro que durante el día de descanso había visto la luz sobre cómo debe jugar frente a un nuevo Niepómniashi, antes muy agresivo y más bien vago para entrenar, ahora supersólido y muy bien preparado.
Esa luz le había alumbrado el camino para volver años atrás, a la época de su carrera en la que empezaba las partidas de las maneras más raras e inusuales, para que sus rivales no pudieran responder de memoria y tuvieran que gastar su cabeza -y su tiempo- desde los primeros lances. El inconveniente de ese planteamiento es que se renuncia a la ventaja inicial de las piezas blancas, pero es de una lógica aplastante para minar la seguridad en sí mismo que el eslavo mostró durante las primeras cinco partidas.
De hecho, Niepómniashi acusó el golpe cuando se encontró en la 6ª jugada con una posición muy poco frecuente: se levantó a pesar de que le tocaba jugar, se quitó la chaqueta e hizo gestos de incomodidad. Sin embargo, logró mentalizarse de que le tocaba ponerse el mono de picar piedra, y jugó muy bien hasta el movimiento 28. Todo indicaba en ese momento que, a pesar de todo, el 6º empate consecutivo se iba a firmar en breve.
Pero el campeón demostró que su determinación era a prueba de bombas, y siguió jugando a ganar a pesar de que en el 31 solo disponía de tres minutos para llegar al 40. En la sala que ocupan su padre y otros allegados, así como algunos periodistas noruegos, los gritos eran propios de un partido de fútbol. Niepómniashi erró por fin, pero el golpe ganador de Carlsen estaba tan escondido que, bajo la tremenda presión del reloj, el noruego no lo vio. Entonces la ventaja pasó al ruso, quien tampoco afinó.
Pasado el control del cuadragésimo lance, las máquinas diagnosticaban una posición equilibrada. Pero, entre humanos, la de Niepómniashi era bastante más difícil de jugar. El escandinavo siguió apretando, pero el eslavo se mantuvo firme, y pasaron el siguiente control (jugada 60) con las espadas en alto. Con 15 minutos cada uno para el resto de la partida (con 30 segundos adicionales por movimientos), Carlsen disparó toda la munición que le quedaba, pero Niepómniashi siguió manejando el escudo con virtuosismo hasta que cometió el error decisivo en el movimiento 131. Este golpe puede ser durísimo para su estabilidad emocional, que siempre fue su principal punto débil. La partida más largo hasta ahora en un Mundial fue la 5ª del duelo Kárpov – Korchnói de 1978 (124 movimientos).
Tras un día de descanso para replantear su estrategia, Carlsen pudo comprobar que el camino correcto para tumbar al durísimo ruso es llevarlo a campos desconocidos, aunque fuera tras ocho horas de trabajo agotador y tensión extrema. Así se rompe una racha de cinco empates consecutivos en este duelo y diecinueve si se suman los dos anteriores por el Campeonato del Mundo. Esta partida merece incluirse en la colección de luchas más épicas de la historia del ajedrez.
El País