Abajo comparto una opinión de 2008. Calderón era presidente. El caso Fernando Martí estaba fresco. La sociedad no aguantaba más la inseguridad. Hubo ese año la primera “marcha blanca” contra la inseguridad. Y en 15+ años, ¿qué cambió? Tal vez estamos peor, pero estábamos hartos desde entonces. ¿Qué ofrecen las candidatas hoy? La verdad, nada distinto. Solo inercia y mucho rollo. Las mismas mulas atrás de la carreta.
Imaginemos por un momento cómo funcionaría una carreta que en lugar de tener a las mulas o caballos adelante para arrastrarla, las tuviera atrás. Bueno, con esa foto mental de la particular carreta, entremos al tema. En las últimas semanas (años) un tema de moda para políticos y sociedad ha sido la inseguridad. Parece que en lo referente a inseguridad la democracia sí está funcionando. La inseguridad no está limitada a algunos, sino que verdaderamente se ha democratizado (no me extrañaría que algún político o autoridad vea eso como un logro). Lo mismo asaltan, roban, violan, abusan, secuestran al pobre que al rico. Es cierto, algunos tienen mejor forma de defenderse o cuidarse, pero es una realidad que lo mismo le toca un delito a una persona en un camión urbano que a alguien en una residencia de lujo. Te secuestran por $5,000 pesos o por $5 millones. Si tan sólo pudiéramos aplicar la misma filosofía de democratización del crimen a la repartición de la riqueza. De pronto, las ejecuciones relacionadas al crimen organizado pasan a segundo plano, ya que los gobernantes deben darse cuenta de que la verdadera inseguridad para los ciudadanos comunes es de otro tipo. Los ciudadanos nos sentimos desamparados y a merced de autoridades y criminales (a veces se confunden unos y otros) y, a raíz de casos de alto impacto, la atención sobre el tema se eleva de manera radical. De pronto los distintos órdenes de gobierno se pelean por ver quién es el que convoca a la “cumbre anti-crimen”, quién es el que propone la pena más severa (desde la pena de muerte propuesta por Gamboa hasta la cadena perpetua de Calderón), o el Jefe de Gobierno del DF (Ebrard), que exige 10 puntos antes de sentarse a trabajar en coordinación con otras autoridades (como si fuera una más de sus tradicionales tomas de tribuna) y así seguiremos viendo “palos de ciego” de políticos, gobernadores, alcaldes y del gobierno federal, incluyendo al Presidente. Lo suyo es el rollo y la faramalla. Lo que están haciendo es aparentar que hacen para, en sus mentes, transmitir un cierto sentido de que algo se hace. Aun así, cuando tienen oportunidad, no dudan las autoridades en tratar de responsabilizar al afectado (el ciudadano mortal, como usted y como yo) por no denunciar o por darles la ocasión a los delincuentes. No se vale. Sale el presidente diciendo ¡ya basta! cuando en realidad somos los ciudadanos los que decimos ¡ya basta!
Casualmente, apenas unos días antes de que surgiera a la luz el trágico caso del joven Martí, el gobierno federal despilfarró recursos económicos y políticos para defender a un asesino mexicano sentenciado a muerte en Texas. La diferencia entre Texas y México es que no sólo tienen penas duras, sino que allá se persigue y encuentra a los delincuentes, no se les suelta sin motivos suficientes y se le aplican las penas que por ley existen. Acá, seguimos pensando que lo que pongamos en un reglamento se hará realidad sin que autoridad alguna se preocupe por investigar, encontrar, juzgar y retener hasta que cumplan su condena. Podemos aumentar las penas, poner cadena perpetua o pena de muerte al criminal y sus descendientes, pero si no sabemos (o peor aún, no nos interesa saber) quién es el criminal, pues la probabilidad de aplicar esas penas extremas será cero. Estamos poniendo la carreta enfrente de las mulas. Mientras los únicos infractores que pagan son los que son facilitos para la autoridad (como el que circula a 60 en zona de 40km/h), de nada servirá ponernos duros con las penas.
El caso de impunidad en México es un clásico ejemplo de la teoría de las ventanas rotas que hemos comentado en este espacio antes y que ahora está en un extremo catastrófico por no haber arreglado el primer “vidrio quebrado”. Empiezo con grafiti, me identificó con una pandilla, pleito con arma blanca, robo a un Oxxo, asalto a un peatón, me robo un estéreo, me robo un carro, me meto a una casa y me robo una televisión, me animo a asaltar un banco, se me hace fácil realizar un secuestro exprés, me uno a una banda profesional de secuestradores y pego un gran golpe, después uno mayor y así hasta que por algún motivo ya no me interese, al fin y al cabo, no hay quien investigue con seriedad y se atreva a perseguirme; si me llegan a encontrar, tal vez hasta encuentro la forma de sobornar a la autoridad. Si de casualidad me meten al bote, pues veo la forma de salir pronto y reintegrarme a mi vida profesional. Si no cortamos la “educación” del criminal al inicio, cada vez es más difícil y costoso.
La teoría de las ventanas rotas nos dice que un vidrio roto que no se arregla, solamente genera que el problema se recrudezca hasta que todas las ventanas a su alrededor estén rotas. Hay que empezar por lo básico; primero el uno, después el dos y así entender que las mulas van adelante de la carreta y no atrás… En 2008 y en 2024; otras mulas, misma carreta.