Con horror un joven abducido ve como sus secuestradores se comunican por la red policial con total impunidad mientras lo tienen a su merced, amarrado, lastimado y con la novia a quien pronto desposará postrada en el suelo frente a el, sometida y en el suelo, inerme sin esperanza, esa sensación marcó los días de ese cercano ayer.
La impotencia de quien se ve perdido en su propia casa al observando a hombres armados recorriendo las calles sin ningún obstáculo, golpeando y levantando a cualquier individuo que se les atraviese, esas imágenes llenan las tardes.
La incredulidad de viejos, jóvenes y niños al ver el lugar donde nacieron hundido ante la rampante violencia de hampones todopoderosos, impunes y cínicos ostentando su villanía, atormentando a mujeres y niños, destruyendo familias y quebrantando voluntades, llena las semanas.
Es inexplicable la conmoción de quienes ven su espacio anegado de casquillos y escombro. manchadas de sangre banquetas y bardas, salpicado de inmundicia a todo lo que significa el pequeño terruño, aquel en el que ayer se conocían todos, donde los domingos hacías carne asada y abrías tu puerta, o te salías por unas cervezas para ver a quien acompañabas en su casa; un poblado entero extrañamente limpio para este país, repentinamente en demolición, cualquier casa es presa de la búsqueda rabiosa de asesinos enardecidos, dispuestos a todo, decenas de casas destruidas con equipo pesado las 24 horas del día se ven por todos lados; Los vándalos se placean por todas partes tomando lo que les llama la atención, sean cosas o personas, lo que se antoja se arrebata y el pueblo no tiene escapatoria, en todas las viviendas, las madres, esposas e hijos esperan al pariente que no retorna a tiempo del trabajo; El aire se llena de humo con un intenso olor a pelo quemado; los teléfonos están bloqueados o no sirven para nada, las operadoras de seguridad pública y emergencias difícilmente contestan el teléfono, La gente en un rictus de miedo y dolor marca 066 casi un millar y medio de veces, pero aunque contestan de vez en cuando, o no los atienden, o los ignoran, o les dicen que el auxilio va en camino, sin embargo, eso nunca sucede. El miedo y la ansiedad se apoderan de todos, es las bardas viejas y unipolares los anuncios del gobierno muestran rostros sonrientes que festejan logros, mientras el terror se apodera de las calles. Así es la realidad que se vivió en esta tierra, otrora orgullosa sobreviviente del desierto, ese dantesco escenario de guerra propio de una película de ficción mata a tantos como el héroe guerrillero, con la diferencia de que los villanos son quienes matan y los caídos son mujeres, niños, viejos y hombres inocentes, cuyo pecado fue estar en el directorio telefónico de un miembro de su comunidad, quien curiosamente renegó de un grupo de malvados. Y a pesar de todo, no es el hampa la que asusta, esa siempre es igual, no tiene frenos ni compasión, no entiende razones ni actúa por convicciones; con la simpleza del cegador, solo corta a la mitad todo lo que se dispone enfrente. Sin paciones ni ira, lo que hace hervir la sangre, lo que revienta las venas y llena de odio y ansiedad, es la colusión absoluta de la autoridad, es ver a nuestros impuestos financiando un contubernio para agredir, atropellar y matar; es el coraje de una ley inoperante, legisladores abúlicos y autoridades criminales.
Ese es el contenido de la cuenta, ese es el fallo de la corte, esa es la herencia de 100 años de una constitución que deberíamos quemar junto a todos los que empodera.
¡Que Dios Nos Bendiga!