Un 15 de julio, pero de 1920, nació en el pequeño municipio de General Zuazua, Nuevo León, de padres campesinos, mi abuelo, Don Enrique Martínez y Martínez. La economía mundial estaba destruida como resultado de la recién concluida Primera Guerra Mundial. En México, la situación no estaba mejor. Todavía no se enfriaban los cañones de la Revolución y la violencia política era el pan de cada día.
El entorno social de grandes carencias lo obligó a abandonar sus estudios desde muy pequeño para, en aras de subsistir, comenzar a trabajar y apoyar la precaria economía familiar. A partir de ese momento no volvería a pisar un aula, pero eso no significa que haya dejado de estudiar.
Así fue creciendo y madurando. Entre el trabajo, la necesidad y el ánimo de salir adelante fue aprendiendo oficios con actitud positiva y abrevando la sabiduría de la vida. Llegó a ser chofer de autobuses urbanos en la ciudad de Monterrey y después fue empleado de una agencia funeraria. En este último trabajo fue donde descubrió su verdadera pasión: el servicio a la gente.
Fue escalando posiciones, conociendo los procesos, ideando innovaciones y concretando mejoras sustanciales. Después de instalar con éxito la sucursal funeraria en la capital tamaulipeca, la empresa lo envió a hacer lo mismo a Saltillo, ciudad de la que se enamoró tan solo poner el primer pie en ella. Se independizó y con grandes sacrificios emprendió su primer negocio.
Su atención personalizada, su calidez en el trato, su trabajo incansable y su conocimiento del ramo rindieron sus frutos y su negocio comenzó a prosperar. Después de años de gran esfuerzo empezó a construir un patrimonio y a incursionar en otras industrias que, con su gran visión empresarial, veía como áreas de oportunidad: la inmobiliaria, la automotriz y la ganadera, algunas de ellas.
Nunca se olvidó de sus orígenes ni de su gente. De las cosas que más disfrutaba, era pasar días completos en el rancho, atendiendo personalmente a su ganado, rememorando así su infancia en los campos agrestes. También instaló un taller de uniformes en Zuazua, más con el objetivo de llevar empleo digno a las mujeres de su ciudad natal que por obtener una ganancia.
Don Enrique siempre se guió por los valores de la honestidad, el trabajo y la responsabilidad. Trataba a todos por igual, sin distingo alguno. Provisto de una inteligencia y una sensibilidad excepcionales, no obstante ser una persona autodidacta, logró triunfar en el ámbito empresarial, llegando incluso a presidir los consejos de diferentes instituciones bancarias.
No hay camino fácil pero tampoco imposible. Las adversidades no son más que oportunidades listas para, con dedicación e ingenio, ser aprovechadas. Hoy, a 100 años de su natalicio, sus hijos, nietos y bisnietos lo recordamos con gran cariño, orgullo y gratitud, por el legado y el ejemplo de vida que a todos nos dejó.
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