“Coahuila, víctimas, candidatos”

Ayer 4 de abril publicó este artículo, fuerte y valiente, el periodista y escritor connotado, don Eduardo Huchim. Lo hace regularmente en varios medios nacionales. Esta colaboración aparece ayer en el prestigiado Grupo Reforma.

El artículo.

Mientras la extraviada clase política se sumerge en una campaña electoral que, disfrazada, comenzó hace meses, México vive una historia de violencia exacerbada que a fuer de repetirse parece haberse convertido en cotidianidad que aterroriza a una parte de la población, mientras otra gran parte vive en la ajenidad, y ahí seguirá, bajo el riesgo de que un día la dura realidad la envuelva con su cauda de atrocidades.

Pero es necesario no acostumbrarse. La normalidad no es, no puede ser la cuenta diaria de ejecuciones, secuestros, desapariciones. La normalidad no es, no puede ser la barbarie que aquí cabalga a galope tendido. La normalidad no es, no puede ser la violencia que aterra a varios estados del país donde señorea la muerte violenta.

Entre esos estados dolientes está Coahuila, que ha vivido dos episodios terribles: el de Allende y el del penal de Piedras Negras. En Allende y pueblos cercanos, la brutalidad de sicarios del narcotráfico victimó a familias enteras que fueron blanco de la venganza de los Zetas. Y el otro caso milita en lo inverosímil: el dominio total que entre 2009 y 2012 tuvo el grupo Zetas en el penal de Piedras Negras, convertido en su centro de operaciones.

Dice El Yugo Zeta, documento de trabajo del Seminario sobre Violencia y Paz de El Colegio de México: La prisión de Piedras Negras “era clave para la organización Zeta porque, a) era un refugio seguro para los jefes Zeta que deseaban esconderse de los federales fuera de la nómina criminal; b) les servía para obtener ingresos vendiendo drogas, refrescos y chicharrones, cobrando cuotas por el uso de las celdas y rentando los cuartos utilizados para la visita conyugal; c) les proporcionaba un lugar discreto y seguro para instalar los compartimentos secretos en los automóviles que llevarían drogas a Estados Unidos; d) servía de base para reclutar sicarios; y, e) era un centro para confinar temporalmente a los secuestrados y para torturar, ejecutar y desaparecer cadáveres”.

En el “Foro Coahuila. Reflexiones y desafíos”, celebrado el 22 de marzo en Torreón y organizado por seis agrupaciones de la sociedad civil, Jacobo Dayán, coautor con el incansable Sergio Aguayo del mencionado documento, describió al penal de Piedras Negras como “un campo de exterminio subsidiado por el Estado”. Muchas veces se asesinaba a las víctimas fuera de la prisión y luego las llevaban ahí para quemarlas en un tanque de diesel, y en otras ocasiones llegaban vivas y en el penal las asesinaban de un martillazo en la cabeza o un tiro en la nuca.

Y todo ello -que cesó cuando los más de 100 Zetas se fugaron del penal- sucedía con conocimiento de las autoridades estatales y difícilmente podía ser ignorado por las federales.

Lo aquí narrado es un ejemplo, pero las atrocidades en el contexto de una irracional guerra antinarco se cometen en demasiadas partes del país. Ahí la conversación, sea en campus universitarios o en cenas familiares o reuniones de café, invariablemente llega a ese tema. Siempre habrá alguien que recuerde a un hermano, un sobrino, un hijo o un amigo que fueron levantados y nunca aparecieron. Sobrecoge el ánimo ver -o escuchar- a los familiares de desaparecidos que, pala en mano, recorren hectáreas y hectáreas en busca de fragmentos humanos. Recuerdan a Sabines: Su corazón les dice que nunca han de encontrar, no encuentran, buscan.

Las campañas han empezado y ninguno de los candidatos presidenciales debiera abstraerse de la tragedia humanitaria que está ocurriendo en México. Por ello, por la sangre derramada, por el dolor de los familiares, por la memoria de las víctimas, no pueden, no deben los cuatro candidatos presidenciales ignorar el llamado de Viernes Santo del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, encabezado por Javier Sicilia, para asistir a un encuentro público con las víctimas.

¿Tendrán los cuatro candidatos capacidad para deponer transitoriamente sus diferencias y acudir a un llamamiento formulado desde el dolor y el horror? Por lo pronto, un buen indicio es que uno de ellos, Ricardo Anaya, ha aceptado la invitación. Y por supuesto, si ese encuentro se materializará, cabría esperar que los cuatro renunciarán a todo intento de proselitismo y propaganda. Lo contrario sería ofender y aumentar el dolor de las víctimas.

(Reforma/@EduardoRHuchim).

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