¿Cómo tomas tu café…?

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Cuando me miras así soy líquida, como de agua, me vuelto liviana, fluida y libre, nada importa más, que si las deudas, que si las responsabilidades, que si las opiniones de otros, y otras tantas estupideces cotidianas.
A veces me siento culpable de sentirme tan feliz sabiendo que tal vez mientras provocas mi felicidad me alejo un poco del cielo y me voy condenando a un infierno eterno. Las mujeres siempre estamos preconcebidas como víctimas, como objetos, como autómatas inanimadas incapaces de tomar decisiones, pero es que yo te gozo ¡tanto!
Entregarse así, tenerse así, a veces de forma tan suave y cadenciosa, a veces de manera cruel, sucia y sin piedad alguna, a veces con una mezcla agridulce de dolor gozoso, como si al cerrar los ojos y gemir ante la última de tus embestidas supiera que al tocar el cielo y gritar tu nombre, no importará más nada, hasta que el suspiro termine y debamos volver a las grises realidades de todos los días.
 Conocerse  así sin conocerse. Debo confesar que a veces me gustaría saber mucho más de ti que sólo tu nombre, tu edad, la marca de tu auto y tu café favorito.
Jamás pensé que podría comenzar una cuasi relación así, llegar al lugar habitual para pedir el “mañanero”(conste que me refiero al café con el que diariamente pretendo realizar el ritual de despertar, no sé QUÉ se hayan imaginado ustedes), sin pensar que al mirarte al final de la barra esperando el tuyo cruzaríamos las miradas y que de pronto estaríamos sonriendo, ir a tomar mi café a la barra y encontrarme con tu teléfono anotado ahí y las palabras “LLÁMAME AHORITA”, normalmente no habría seguido la instrucción, soy una mujer de esas “rebeldes” que no obedecen a nadie, sin embargo sólo eran dos palabras que dieron vuelta en mi cabeza durante al menos tres minutos, pensé un poco y con dedos temblorosos marqué tu nombre en el celular, mientras saboreaba un poco de mi americano con tres shots de menta (no se escandalicen, les dije que necesitaba despertar).
Tu voz en el teléfono sonaba prometedora dijiste: “Sube” y obedientemente ascendí los 25 escalones que me llevaron a ti, estábamos frente a frente, nos miramos como si la complicidad fuera poca cosa, ambos pusimos nuestros cafés sobre la mesa y me tomaste de la mano. Confieso sin remordimiento alguno que sentí electricidad recorriendo mi espina dorsal al contacto con tu mano poderosa, temblé por un instante y entonces te tomé de la mano decidida. Recuerdo que volteaste a verme un poco con incredulidad, un poco con sorpresa y entonces sonreíste con esa mueca de lado que sé que es tu sonrisa y me encantó.
Fuimos hasta el lugar más escondido y comenzamos a besarnos desesperados, me sentí viva, más que viva, libre y feliz, se me olvidaron las veinticinco reclamaciones que me hago todos los días en la mañana antes de ir a trabajar, y las veintiocho mil que me hago antes de ir a dormir, y la forma en que anestesio mi vida convenciéndome de que al ser madre la vida terminó para mí y que todo lo que haga de ahora en adelante debe estar en función de aquellos que de mí dependen. Tu lengua en mi garganta, la mía correspondiéndote desesperada, tus manos en mí, primero en mi espalda en un abrazo que me acercó a todo lo que tú eres, tu cara, tu pecho, tu cintura, tu sexo, tus piernas…
Sentirte así, erecto y mío sin serlo… Sentir la urgencia de salir corriendo de ahí, pero no a esconderme a una iglesia, ni a mi casa y mucho menos aún a la oficina, salir de ahí y llegar al hotel más cercano, sin importar si me veían, sin hacer caso siquiera a los letreros y de nuevo escuchar tu voz al recorrer con tus manos mis senos: “¿Más?” Normalmente no habría contestado, y en un espasmo y desconociéndome dije: “Sí”
Me fascinó tu seguridad para conducirme a tu auto, tu seguridad al manejar y llevarme lejos de la cafetería de siempre a la velocidad del trueno, ver tu maestría al estacionarte en la habitación, tu agilidad felina al bajar del auto y abrir la puerta para conducirme como si flotara entre sueños, llegar a la habitación y ver como con toda facilidad me despojas del suéter, del vestido, y me miras como si fuera la primera vez que miras a una mujer…
Te acercas a mí y tu ropa delata tu deseo por mí… con maestría desabrochas mi sujetador y un segundo mis bragas yacen en el piso… con suavidad me tienes en la cama y con calma acaricias mi cuerpo de pies a cabeza, (debo decir que en mi desesperación deseaba decirte: “¡Tómame ya!, ¿no ves que te deseo?, doy órdenes todo el día, decido lo que sucede en mi alrededor siempre, sin embargo este nivel de deliciosa indefensión es un descubrimiento, cuando hay un hombre tan tú, puedo ser una dulce mujer tan yo…).
Verte y sentirte besar mi piel, apretar, besar y succionar mis senos,  seguir acariciando más y más abajo, sentirme culpable por no tener un cuerpo perfecto y decirte “Ahí no” mientras me erizo y todos los vellos de mi cuerpo reclaman en señal de alerta cuando pretendes acariciar mi vientre… Escucharte decirme entonces: “Ahí sí. Eres un libro escrito en braille, quiero leerte toda…” Desfallecer con tu respuesta y a partir de ahí dejarme ir, dejarme ser, más aún sentirte entrar en mí, dejarte hacer y participar de manera intensa, sin sentirme culpable, a fin de cuentas sabrá Dios quién seas. Chuparte entero, sentirte completo, volver a ser mujer y no detenerme ya nunca más, a partir de ahí, vernos todos los viernes antes de ir a trabajar, para NO tomar un café y encerrarnos un par de horas para recordar qué y cómo es estar vivos.
La única regla: No preguntar nada más…
@PalomaCuevasR

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