Corea del Norte estará pronto preparada para lanzar un misil nuclear sobre territorio de Estados Unidos. Así lo anunció, Kim Jong-un, pero ya se lo temían los analistas estadounidenses desde hace ya tiempo. El régimen norcoreano lleva trabajando en este proyecto desde hace más de 30 años, bajo la dirección de cada uno de sus tres líderes, el fundador Kim Il-sung, su hijo Kim-Jong-il y el nieto y actual mandatario Kim Jon-un, y en esa tarea concentra prácticamente todos sus recursos y su acción política exterior.
Su forma de comunicarse con el mundo son las pruebas nucleares, pero sobre todo los anuncios y amenazas. Sus relaciones exteriores se reducen a utilizar su programa nuclear para negociar contrapartidas, especialmente para disminuir la pobreza de su economía.
A las habilidades propias, los Kim han añadido las lecciones aprendidas de la experiencia ajena. De Sadam Husein, que se juega la cabeza quien llega tarde a esta carrera por obtener un arma nuclear efectiva, es decir, que sirva para amenazar a la primera superpotencia. De Gadafi, que la pierde quien entrega el arsenal sin suficientes garantías. De Irán, que un buen programa nuclear puede servir para regresar a la comunidad internacional.
La carrera nuclear es un instrumento de supervivencia, y más todavía en la geopolítica endiablada de la península de Corea. Para China es esencial la estabilidad en la región. Nada teme más el régimen de Pekín que una crisis que expulse a millares de refugiados coreanos en dirección a China. El horizonte de una unificación de las dos Coreas dirigida por Washington tampoco entra dentro de los escenarios apetecibles para el régimen comunista.
Un ejército norcoreano con capacidad de disuasión nuclear sería una amenaza para Corea del Sur, para Japón y para el propio territorio estadounidense, empezando por algunas islas del Pacífico, como Guam.
Mientras tanto, Donald Trump responde a las amenazas de Kim Jong-un con sus tuits nocturnos, difíciles de descifrar tanto en Pekín como en Pyongyang. A partir del 20 de enero, Trump tendrá en las manos otro botón para responder a las bravuconadas norcoreanas y no será el de su teléfono móvil sino el de la maleta nuclear.
Con información de El País (Lluis Bassets)
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