Primer Domingo de Cuaresma y por otra parte es el Día Nacional de la Familia.
Acabamos de vivir, el pasado miércoles, el Rito de la Ceniza. Es importante que éste no sea un gesto aislado, sino el inicio de un tiempo de gracia, el Tiempo de la Cuaresma.
Pues bien, el próximo domingo tenemos dos celebraciones, de origen muy diferente pero que se pueden armonizar: por una parte es el primer Domingo de Cuaresma; por otra parte es el Día Nacional de la Familia.
La familia es el grupo primario donde hemos nacido y crecido. La familia puede favorecer o entorpecer nuestro desarrollo, nuestra educación, según prevalezca la integración o desintegración familiar. Una familia integrada, unida, en que todos están pendientes unos de otros para ayudarse en las diversas situaciones, es una familia que ayuda en la educación de todos y cada uno; en cambio, una familia desunida, desintegrada, que cada quien camina por su lado, con constantes conflictos, es una familia que, por el contrario entorpece y dificulta el desarrollo de la persona. En el VI Encuentro Mundial de Familias, que tuvo lugar el pasado mes de enero en la ciudad de México, reflexionábamos acerca de la misión formadora de la familia en los valores humanos y cristianos, lo cual podemos aplicar concretamente en la adecuada vivencia de la cuaresma.
Pero hay factores que hacen remar contra corriente en este sentido: Desde luego todos los signos de desintegración familiar, de conflictos en la relación; a ello se suma la valoración de lo individual –mis proyectos, mis derechos, mi libertad-; el énfasis en lo material, en el placer; la pérdida o la indiferencia del sentido de Dios; la crisis económica que golpea y aturde. Sin embargo, no es para desalentarnos, no hay familia perfecta, en la que no haya ninguna situación negativa. Todos, en lo individual y familiar, estamos en camino de desarrollo y mejoría.
La decisión de vivir la cuaresma en familia es un apoyo valioso, pues no lleva a hacer un alto en el camino para repensar las decisiones y acciones. Dios no es ajeno a nuestra vida, sino nuestro Creador y Padre; la Iglesia no es la extorsionadora con ideas y prácticas superadas, sino la familia de los hijos de Dios, de los hermanos de Cristo Jesús; la cuaresma no es un tiempo anticuado y fastidioso, de penitencias insulsas ya caducas, sino tiempo de gracia, de revisión y conversión que nos lleva a la fiesta del amor renovado.
Dios hizo buenas todas las cosas, especialmente al ser humano –varón y mujer- los hizo “muy bien”, “a su imagen y semejanza” y a quienes encomendó crecer y multiplicarse, usando sabiamente de todo lo creado; pero Adán y Eva sucumbieron a la tentación, queriendo ser como dioses. De ahí que nosotros, como todo ser humano, nacemos y vivimos con la inclinación a pecar. Pero Dios no nos abandonó, sino que prometió enviar un Salvador. La Alianza que Dios estableció con Noé, con Abrahám y sobre todo con Moisés, son anuncio de la Alianza que realiza con nosotros por su Hijo Jesucristo, quien para ello murió en la cruz y resucitó, venciendo a la muerte.
Durante la cuaresma en familia, vamos a ir viviendo estas diversas Alianzas de Dios con su pueblo –especialmente los primeros domingos de cuaresma-, Alianzas que nos llevan a la suprema Alianza de Jesucristo.
¿Qué podemos hacer en familia para vivir la cuaresma? Muchas cosas, yo sugiero sólo algunas:
1) Recuperar el sentido de un Dios que nos ama como Creador y Padre, ante quien hemos de ser agradecidos. Para ello cultivar constantemente la relación con Dios como Padre Bueno; recitar muchas veces, con confianza, la oración que Jesús nos enseñó, del “Padre nuestro”, disfrutándola, meditándola, practicándola. Cultivar la actitud de ser agradecidos con Dios: por la vida que nos concede, cada día como una novedad, el tener familia, trabajo, el tener amigos, el poder ir saliendo adelante…
2) Recuperar el sentido de nuestros pecados. Todos hemos pecado, reconocerlo es un signo de valentía y humildad. Pero los reconocemos ante un Dios que es lento para enojarse y generoso para perdonar, clemente y compasivo. Ayuda saber pedir perdón y perdonar en familia, lo cual no nos rebaja sino que nos ennoblece, especialmente a los adultos, así los niños y los adolescentes también aprenden a pedir perdón. Perdonar y pedir perdón en familia, fortalece la cercanía y la confianza, que cada uno se sepa digno y valioso.
3) Atrevernos a cultivar la actitud del hijo pródigo, que se anima a regresar a la casa paterna confiando en que su padre no lo rechazará. Promover en la relación familiar a darnos tiempo para escucharnos, especialmente escuchar a quien ha vivido una experiencia negativa y dolorosa. También en familia, animarnos y prepararnos a la confesión individual, especialmente en este tiempo de cuaresma.
4) Gozar la fiesta del perdón y del reencuentro que Dios Padre organiza en beneficio nuestro. El sacramento de la reconciliación es la delicia del perdón que Dios nos regala; la Eucaristía es la fiesta de Cristo Jesús que se ofrece en sacrificio a Dios Padre y en banquete como Pan de vida eterna a nosotros.
Los valores que implican estas actitudes, han de ir siendo cultivados desde la más tierna infancia, con la convicción de que nosotros los hemos experimentado y hemos gozado de sus frutos y ahora anhelamos que los pequeños y los jóvenes los vivan también. Tengamos en cuenta que los hábitos se forman a través de frecuentes conductas. Los buenos hábitos no son sólo fruto de estudio y reflexión, sino sobre todo fruto de obras buenas que se aman, de esta manera se convierten en convicciones que se expresan en los muy variados momentos de la vida, alegres o adversos.
De esta manera la penitencia cuaresmal –incrementando la oración, el ayuno y la limosna- no es la fatiga de algo molesto y cansado, sino el baño saludable que nos regenera en la condición de hijos de Dios. La Cuaresma, así, nos lleva al gozo de la Pascua, para compartir el paso de Cristo: del dolor de la muerte en la Cruz a la alegría de su resurrección.
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