Refiere el verdadero libro: “He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría. Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría, y se recrearán los huesos que has abatido. Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis maldades. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente”. Salmos.
Atendiendo a nuestra naturaleza humana, tan intensa o gris según el estado de ánimo o la situación disfrazada de circunstancia, nos deslizamos por entre las estrechas calles de la conciencia y obedecemos los dictados de nuestro celoso corazón o nuestra atinada mente, en el esfuerzo por ser felices, en el brevísimo transcurrir de la vida.
Aparecer de pronto en la realidad es duro, y sobre todo con los conocimientos que recibimos acerca de los valores y las trascendencias, para después exponernos al amargo pastelazo de las reales y oscuras cosas que ofrece nuestro recorrido diario por el común vivir en este redondo y moderno mundo.
Como la emoción es breve, entonces habrá de aprovechar su momento y arrebatar hasta el último de sus espacios a fin de agradar la soledad o la convivencia, según surja en una oportunidad tan intensa y del tamaño que queramos darle.
Emotivo el encuentro con los padres, con las familias, con la compañera de vida, con los hijos, con los amigos y también con aquellas sencillas o complicadas cosas de los que nos ufanamos en mantener o surgir.
Sin un total conocimiento, los seres humanos debatimos en discusiones, de verdad estériles acerca del verdadero significado de emocionarnos y así motivarnos.
Las emociones van acompañando a las acciones, porque resulta que siempre estamos haciendo algo, incluso en los sueños viajamos y nos llenamos de fantasía.
Las emociones también nos reflejan las dos caras de la moneda, ya que en ocasiones éstas son motivadas por el miedo o la ansiedad, por la depresión o la modorra, por la gesta o por la hazaña.
La voz sin amo que es la emoción nos lleva a paraísos o nos sume entre los pantanos más lodosos de nuestra conciencia y de nuestros actos.
Aprendemos de forma dura la convivencia, a veces el aire de beligerancia es él animo que domina, abundan así las conductas del egoísmo que vamos acabando en pagar todos.
A menudo estallamos en emoción y establecemos un distinto origen entre lo que somos y damos.
Dicen los científicos que cuando entra un estímulo a nuestro ser, la información pasa por el tálamo (una región muy primitiva del cerebro), donde es traducida neurológicamente.
Esta corteza se encarga de tomar la primera decisión ante este estímulo corporal, pero posteriormente pasa a la corteza, que viene a revalidar lo pensado, así sencillamente nos explicamos por qué en cada emoción somos secuestrados por nuestra primitiva dimensión y actuemos sin pensar a veces a beneficio, otras más en perjuicio.
Será el sereno, porque lo que sentimos y nos emociona es breve como la vida y, entonces, la tarea es disfrutarla plenamente, a eso estamos invitados a estallar en emoción en cada amanecer que nos es permitido.