“Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiera elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio”, escribió Cortázar en: Rayuela.
Coincido que ese rayo viene de quien sabe que parte y penetra en las entrañas y el entendimiento.
El amor es la sustancia del universo, pero en estos tiempos del arrase y la falta de detenimiento en la naturaleza de las cosas, se ha ido arrinconando y desde ahí aletargado espera la voz impaciente de la desesperanza y es ahí cuando hace su aparición para resolver las cosas.
Isa y yo decidimos vivir un matrimonio cristiano, ese que tiene sus bases en el pensamiento de Dios. Porque la divinidad refiere Amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amatorio, y porque creado al hombre, varón y mujer, a su imagen y semejanza, es decir, con la dignidad de persona, y por tanto como un ser capaz de amar y ser amado.
Ante los embates del mundo dado a llamarse moderno, ese que grita en minoría ante una mayoría silenciosa y entreguista, el matrimonio subsiste en su concepción divina y no antinatural, porque si bien es cierto que la consigna es crecer y multiplicarse debemos recordar que, debido a una pareja de semejantes, pero no idénticos nació la humanidad, porque de ninguna otra manera hubiera sido posible esta existencia.
La Iglesia católica lo expresa con otras palabras en su doctrina: “Cristo es la fuente de esta gracia. Pues de la misma manera que Dios en otro tiempo salió al encuentro de su pueblo por una alianza de amor y fidelidad, ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia, mediante el sacramento del matrimonio, sale al encuentro de los esposos cristianos (GS 48,2). Permanece con ellos, les da la fuerza de seguirle tomando su cruz, de levantarse después de sus caídas, de perdonarse mutuamente, de llevar unos las cargas de los otros, de estar “sometidos unos a otros en el temor de Cristo” (Efe 5,21) y de amarse con un amor sobrenatural, delicado y fecundo.”
Cuando pensamos en amor evocamos a un proceso racional en el que el ser humano es capaz de evaluar de forma objetiva a su objeto de amor, así mismo y la relación que puede establecer con ella, de manera que acepta o desiste de su contacto con él, para Fromm el amor es un poder activo, mismo que rompe las barreras que separan al hombre y lo unen al resto. Para él, el amor capacita al hombre para superar sus sentimientos de aislamiento, manteniendo aun así su integridad.
Borges, el cierto, manifiesta: “Solo podemos dar el amor, del que todas las cosas son símbolos” y regresando al amor como sustancia necesaria para la vida del ser humano nos damos cuenta del peligro que corre con las diversas versiones que lo confunden, como si hubiera un amor pirata que esconde un puñal y espera para atacarnos, para confundir, para no crear.
La boda dura un día, a veces dos, el matrimonio en cambio es para toda la vida y estoy seguro de que los amatorios difuntos, allá donde moran se siguen amando a pesar de la tierra o las cenizas.
En cada festejo solo me ha tocado ver alegría, llanto de emoción, brindis, buenos deseos ¿Por qué será que a veces el final es una tragedia?, en el matrimonio todo se gana al fin de cuentas porque aparte del amor, todo es trabajo de equipo y de entendimiento.
Sin complicaciones, simple y permanente, mi primer encuentro con Isabel en los tiempos de la preparatoria fue precisamente ese rayo que describe Cortázar y los 34 años de matrimonio el homenaje a ese latido constante que me sobrevive. Que Dios lo siga bendiciendo.