Ante los desastres naturales el mundo ha pasado de una actitud pasiva y contemplativa, de sentirnos indefensos y a la deriva, a verlos como procesos con los cuales la sociedad interactúa hacia una previsión y preparación ininterrumpida, porque la humanidad se ha percatado de la importancia de identificar con la mayor puntualidad los posibles riesgos a partir de las amenazas y los peligros naturales que tenemos como familias y como personas para prepararnos y anticiparnos en lo posible a reducir nuestra vulnerabilidad ante los desastres, mediante la capacidad de reaccionar y prevenir.
Los sismos no se pueden prevenir, se van a seguir presentando, pero hay que recordar que México está muy expuesto a la variabilidad climática, sequías, inundaciones, derrumbes, incendios, los que más daño nos causan son los fenómenos hidrometeorológicos, como se puede ver hay mucho trabajo en la reducción de nuestra vulnerabilidad y por ello hay que mantener el estado de alerta, mantenernos activos y trabajar.
Los sismos, las inundaciones, los incendios están ligados a factores subyacentes, nos dejan ver la precariedad de la vivienda y de la infraestructura pública, las que a su vez están ligadas con la laxitud de la normatividad, la que a su vez se vincula con una planeación urbana débil.
Los expertos señalan que hay que crear un sistema que se base en la reducción de riesgos y México a pesar de las nefastas experiencias que ha padecido aún carece de él, aunque diferentes evaluaciones muestran que en general el país sí ha avanzado en la creación de instituciones y mecanismos, está el Centro Nacional de Prevención de Desastres ubicado en la UNAM, la Escuela de Protección Civil y los mecanismos financieros como el Fonden, el Sismológico Nacional y la investigación de ingeniería de sismos; lo que más ha fallado es la gestión de las crisis, esa no se improvisa porque la sociedad en su cambio constante genera nuevos riegos ya que no hay que olvidar que vivimos en una sociedad con peligros y exposiciones crecientes, por lo que la vulnerabilidad hay que verla como un proceso que debe revisarse permanentemente por las autoridades mexicanas, más preocupadas por robar que en proteger a la ciudadanía.
Lo que México invierte en la prevención del impacto de los desastres no sólo es poco, es decreciente, no basta ser altamente solidarios para prevenir catástrofes, en la inversión pública para construir los sistemas para manejar las aguas y canalizarlas debidamente, por ejemplo, las autoridades han sido altamente ineficientes, no lo veas en Saltillo, vivimos en una ciudad a la que cualquier llovizna inunda, pero igual ocurre en Piedras Negras y Ciudad Acuña, por eso, hay que reconstruir transformando y no simplemente reparar lo perdido, de manera que no hay que pensar solamente en la emergencia sino también en la capacidad del Estado para reordenar, conducir y crear futuro en una inversión que tiene que ver con la vida, lo que las autoridades han dejando de lado, visto así es una cuestión de vida o muerte.
Al Estado no le interesa invertir en ciencia, al contrario, disminuye el presupuesto en este rubro y por ello los Atlas de Riesgo que son instrumentos básicos de mapeo para orientar mejor la ubicación de la infraestructura y las viviendas, son tan decadentes o desconocidos en las entidades y en los municipios, de ahí que estemos atrapados en esta fatalidad de estado de largo plazo de gestión de riesgos, no se trata de reponer lo que se perdió, sino de la infraestructura que prevenga, por ejemplo el advenimiento de las aguas.
Es urgente que el Estado reoriente todos los esfuerzos en prevenir estas tragedias, para salvar vidas, evitar los daños económicos y hacer de ello una política de desarrollo del país, con voluntad política se puede.