Como el letargo de las mañanas que preceden las interminables noches invernales harto agitadas, plenas de ruido y de brebajes, pasando constantemente del noqueador sueño del exceso, cansados de interminables pazones, hinchados por el cruzamiento de substancias, concupiscentes desatinos y un exagerado desvelo; así amanece la sociedad confundida por la perecedera algarabía del licor y de caricias regaladas.
También lastiman las atestadas viandas y una música que obnubila a quien por lascivia se mueve, sin pensar en consecuencias, seguros de que la vida es un instante y que el futuro es desatino. Corren con rabia pero sin rumbo, gritan, ríen y cantan desentonadamente desgarrando sus gargantas, bailan con denodada enjundia sin parar por un minuto, sus cuerpos enjutos se estremecen a contratiempo, intentan atléticos alardes sin músculos que sustenten sus desplantes, caen vencidos por calambres, deshidratados y enfermos por comer sin mediar el hambre, sus torpes reacciones dan vergüenza, ofrecen sexo por mas pena, buscan la fácil salida de una aguja en la vena, su cuerpo representa un voto sin conciencia que se entrega insensato por sexo que no llena, que vacía y que condena.
Mas ahora anuncian que se termino el menjurje, ni una migaja queda, no hay mercancía ni dinero para llenar la alacena, dilapidaron las rentas y se agotó la cuenta, el pobre exige pan y el que lo tiene no lo suelta, el que manda arrogante reclama pero en tierra desierta, no hay de donde, ni quien pueda, si la cárcel es destino pues que cierren de una vez la reja, no hay principios, ni fe, ni cuentas. Lo que abunda son solo penas, la cruda que no se aleja y el síndrome de abstinencia que de inmediato se presenta, el reproche del caído que en el cielo resuena ¡Te juro, ya no vuelvo! Grita en el piso con las manos encerrando su chorreada cara y apretando su adolorida y palpitante testa.
De la nada salen mozos de limpieza, como enfermeros doctos levantan a quien en el suelo repta, los acomodan en camas sucias de sudores y de flemas, las deposiciones en el suelo de su olor todo lo impregnan, el escatológico panorama abruma y asquea ¿Porque se le permitió a alguien dejar al pueblo en la miseria, enfermo y descompuesto, sin esperanza ni aliento? ¿Quién es culpable de ese panorama funesto? ¡Que lo atrapen y lo linchen para que no pase otra vez este tormento! ¡Es su culpa! El pobre pueblo no tenia idea de a donde lo llevaría este encuentro. Mas el pueblo adolorido a duras penas se levanta, se talla los ojos con fuerza y se va a generar sustento en condiciones mas malas que cuando comenzó el cuento, solo pasan dos jornadas y olvida el tropezón de nuevo, el hambre le vuelve al rostro y el cerebro descompuesto le exige darle cariño a su animo escondido y tremulento.
¡No hay proveedor de excesos! ¿Pues que ha hecho este gobierno? ¿No se da cuenta que el pueblo necesita le infundan aliento? Busca enconadamente al promotor del descontento, al que estaba lo liquida y lo manda a volar con el viento, entre las mas tristes personas encuentra a otro tonto sediento, lo inviste de renombre y de la algarabía lo hace portento, lo encumbra como a ninguno y lo pinta como el señor con talento, lo monta en espigado trono y le entrega emolumentos que se confunden con todo lo que administra el gobierno, el orate no adivina que es para si y que es ajeno, con angustias primero entrega a gotas dinero y el respetable a disgusto le grita ¡Afloje el cuerpo! que suelte lo que no es suyo, pues para servir se lo dieron.
Ante la presión masiva el bobo compra sin tiento, entrega sin cuenta alguna para ver al publico contento, al gastar todos le aplauden y es por darle gusto al cuerpo, entonces ni quien lo pare, pues para repartir si es bueno, no produce ni un centavo pero regala pesos por cientos, mas no hay bóveda repleta que permanezca así al tiempo, saquea al que produce y se lo entrega a quien no conoce el esfuerzo.
¡La culpa no la tiene el indio, si no el que lo hace compadre! Cuidado cuando despiertes, el calabozo no es cuento.
¡Que Dios Nos Bendiga!
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