Estamos habituados a ver tractores rodar por nuestro campo. Es común divisar sobre nuestras praderas esas pesadas, incansables y potentes máquinas que remueven la tierra y la habilitan para la siembra. Nunca se nos ocurriría pensar que gracias a ellas, o más bien a su antecedente, es posible la economía moderna y nuestra forma de vida actual, con sus atinos y desaciertos.
Según el historiador científico James Burke, el arado es el origen de la civilización. Gracias al descubrimiento de la agricultura el hombre dejó su vida nómada, asentándose en los valles cercanos a los ríos. Para poder sembrar los primeros granos usaba varas puntiagudas.
La agricultura se arraigó con la invención del arado. Primero jalado por personas y después por bestias de tiro, hizo más productiva la tierra, de tal suerte que fue necesaria menos mano de obra para producir alimentos, y con la excedente se fortalecieron actividades como la construcción, la alfarería, la confección, el comercio, la religión y la guerra.
El arado primitivo fue evolucionando en artefactos más sofisticados y diferenciados, de acuerdo con las características de cada tipo de suelo. Algunos siguieron igual de simples y operados por una persona, lo que propició el desarrollo de comunidades individualistas y desarraigadas.
Otros se tornaron más complejos y pesados, requiriendo la cooperación forzosa de grupos tanto para su elaboración como para emplearlos, fomentando así agrupaciones colaborativas y sociables. Al crear mecanismos institucionales de convivencia y para resolver controversias, se dio origen al sistema feudal europeo.
Las sociedades con mejores arados devinieron en más y mejores constructores, comerciantes y guerreros, derivando en ciudades mejor fortificadas, más ricas y poseedoras de súbditos y esclavos, consecuencia del sometimiento por las armas.
Este implemento, como bien apunta Tim Harford, también transformó la vida familiar. En las sociedades nómadas ambos sexos proveían: los hombres cazaban y las mujeres recolectaban. Pero al requerir su manejo mucha fuerza bruta, pasó a ser herramienta propia de los varones.
Liberadas de la labranza, las mujeres comenzaron a dedicar más tiempo a preparar alimentos, a cuidar a los hijos y a… procrear. El arado, pues, favoreció además el crecimiento de sus comunidades.
Hay muchos grandes e importantes inventos: Arquímedes con su palanca, Gutenberg con su imprenta, Ford con su automóvil, Edison con su bombilla o Jobs con su iPhone. Todos creyeron que estaban reconfigurando el mundo, pero ninguno reparó en que nuestra suerte estaba echada desde la invención de arado.
Quién fuera a imaginar que labraría el camino para lo que somos ahora.