Hubo un tiempo en el que bastó con la honorabilidad. Que las elecciones dejarán de ser organizadas por el gobierno y responsabilizar a un grupo de ciudadanos notables pareció una buena solución cuando lo que se buscaba era la credibilidad en los resultados. Hubo otros muchos cambios (la credencialización y sus candados, la lista de quién podía votar, las urnas con lados transparentes, la tinta indeleble en el pulgar) pero la llamada “ciudadanización” de la instancia electoral fue la “joya de la corona”.
En aquellos tiempos, hará unos veinte años que se sienten como eternidad, los órganos electorales estaban reservados para quienes tenían la vida resuelta, eran viejos lobos de mar, escribían su nombre anteponiendo un “Don”. La experiencia comenzó a sugerir, sin embargo, que aquello no era suficiente.
El tiempo avanzó y los perfiles fueron cambiando. El promedio de edad de los consejeros electorales comenzó a bajar y la honorabilidad comenzó a suplirse con una carrera burocrática-electoral. Y ni lo uno ni lo otro, la experiencia apunta, fue necesariamente bueno.
Contrario a lo deseado, que una vez emitido el voto el asunto terminara en Coahuila, el tema electoral se ha extendido dolorosamente. El ejercicio democrático no aportó en la construcción de acuerdos sino en la polarización de los involucrados. Y esto promete arrebatar otras muchas primeras planas.
Candidatos que no quisieron (o no pudieron) sumarse antes de las votaciones, organizan marchas impresionantes entre cuyas filas no se distingue si suman simpatías a su causa o el hartazgo hacia los otros. En esto, ambos extremos no son equivalentes. Esta misma postura es la que alimenta redes sociales con videos de paquetes abiertos y siembra la duda sobre los resultados: pero, hasta donde se sabe, no han mostrado sus actas. ¿La soberbia mató la posibilidad? El tiempo lo pondrá claro, pero al día de hoy esa alianza parece desfasada.
El triunfo oficial para quienes ahora lo festejan, salió caro: como quien busca los cien años de perdón, algunos manifiestan, hasta el ladrón robó al ladrón. De no haber cambios en Tribunales, quien llegue lo hará pagando la deuda financiera y política de sus antecesores y así como le harán falta los ingresos por la Tenencia extrañará los carros completos, el carisma y el apellido que sostuvo –contra todo pronóstico- a quienes ya se van. También entre ellos mismos creció la enemistad, hay cuentas pendientes.
¿Significará algo un Congreso con mayoría de oposición? También el tiempo tiene la respuesta. En una de esas, venden caro su amor. Dicen no hay político fiel a la ideología sino oferta insípida. El Congreso de Coahuila ya ha visto panistas y udecistas sumándose al tricolor, es lo que digo.
En este maremoto que aún no se digiere, quien ya compró boleto para la historia es el Instituto Electoral y algunos de sus integrantes.
Comprobándose o no en Tribunales, la desconfianza sembrada ya da frutos. La participación de “Fuerza Coahuila” en el resguardo de las actas, el comportamiento atípico del PREP ya señalado por todos, el conteo rápido que no atinó más que en el nombre de los candidatos se suma a señalamientos que hacen dudar, de manera indefendible, sobre la autonomía. Y no les queda de otra: a falta de credibilidad, a apechugar y andarse como quien no escucha.
Hubo un tiempo en el que bastó con la honorabilidad. Ahora, en el caso Coahuila, ni todos los filtros y exámenes lograron hacer del Instituto Electoral una instancia que contribuyera a la gobernabilidad.
@victorspena