Alemania es la principal potencia económica de Europa y una de las más grandes del mundo. La determinación, inteligencia e iniciativa de su pueblo son dignos de admirarse. Lograron reconstruir su país desde las cenizas en un tiempo récord, gracias a un buen encausamiento de su creatividad y disciplina. Marcas como Volkswagen, Adidas, Audi, Porsche, Puma, BMW, Mercedes Benz, Hugo Boss o Bayer, son sinónimo de calidad y éxito en todo el planeta.
Sin embargo, esa creatividad y disciplina no siempre han sido bien dirigidas. Durante la Segunda Guerra Mundial el ejército alemán fue especialmente despiadado con los judíos y otras minorías, a quienes quería borrar del planeta en aras de proteger y empoderar la raza aria. En esa ocasión utilizaron su talento para crear “la solución final”: campos de exterminio sistemático mediante cámaras de gas, reduciendo considerablemente los costos del genocidio.
Para saciar sus ansias de conocimiento y reconocimiento, los médicos alemanes se dieron vuelo para probar teorías y realizar pruebas en humanos, sin su consentimiento. De esta forma realizaron crueles experimentos sobre los límites humanos al congelamiento, ciertos venenos, a la altitud, a algunos implantes, a la deshidratación, entre muchas otras; así como procedimientos atroces para tratar de curar la homosexualidad, la sífilis, el tifus y la malaria. Se registraron algunos avances científicos, pero eso no justifica el sufrimiento infringido y las muertes causadas.
Los esfuerzos por mejorar la raza no se limitaron al ámbito humano. Los científicos genetistas trataron de revivir al uro, especie bovina de dos metros de alto extinta desde hace 300 años, cuya degeneración derivó en los toros y vacas. El proceso era una especie de regeneración genética que, de haber prosperado, hubiera sido la antesala para traer de vuelta otras especies desaparecidas. No lo consiguieron, les faltó tiempo.
Dentro de las innovaciones más letales, que afortunadamente no alcanzaron a utilizar, estaba un arma de destrucción masiva que los Aliados encontraron en el Banco Central alemán. El arma no era un explosivo atómico o una bomba biológica, sino más de 130 millones de libras esterlinas perfectamente falsificadas. El plan, según confesaron después, era tirarlos sobre Londres en los aviones de la Luftwaffe.
¿Iban a atacar a su enemigo regalándoles dinero? Así es. Ese papel moneda, sin sustento productivo, hubiera generado una hiperinflación de magnitudes apocalípticas, destruyendo la economía inglesa desde sus entrañas. ¡Qué derroche de ingenio!
Esos son los riesgos de una política monetaria relajada e irresponsable. Esos son los riesgos de liderazgos mal encausados. Esos son los riesgos de recibir algo que no hemos ganado legítimamente: a la larga, nos destruyen desde dentro.
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