Por más que trato de entender dónde encajamos los ciudadanos comunes, como usted o como yo, en la escena nacional, no he podido encontrar una respuesta que me deje tranquilo. Si usted visualiza la vida nacional a través de los medios de comunicación (o las redes sociales en tiempos recientes) es muy probable que se sienta atrapado en un torbellino de información negativa que habla de problemas, grillas, crisis, política, violencia y tragedias. Poco a poco esa corriente (informativa) nos arrastra río abajo y para abajo también viaja nuestro humor, esperanza, confianza y ánimo. Lo que sucede nos deja preocupados y nos hace vivir en un constante estado de ánimo que refleja pesimismo, escasez, inseguridad, tristeza, pobreza, corrupción y un desmoronamiento total del principal activo que tiene México: su gente.
No es justo ni saludable que muchos mexicanos estemos aparentemente preocupados por lo que pueda hacer o dejar de hacer el presidente y su partido y la nula oposición, y que nos tengan a expensas de ideas retrógradas, la destrucción como forma de venganza y la carencia de propuestas razonables de un lado y del otro. Tampoco podemos ser rehenes de ese cuerpo de representantes nuestros que son una y otra vez aplanados por las directrices de sus partidos o de sus líderes, olvidando el fin último para el que están ahí. Lo mismo para el ejecutivo. No se vale seguir buscando pretexto tras pretexto para evadir obligaciones. Cierto, no es fácil transformar al país, pero destruir no es transformar. No puede el presidente pasar años culpando a todos menos al espejo de nuestra crisis y estancamiento.
Las reformas y contrarreformas impulsadas por el actual gobierno siguen, como las anteriores, olvidando que el ciudadano común debería ser, urgentemente, el principal destinatario de cualquier política y, todo indica, que otra vez nos quedaremos con las ganas de que los golpes de timón enderecen la ruta del barco. Parece que a los tres poderes de la Unión se les olvidó que existen por y para los ciudadanos. Se manejan como pandillas, con abusos constantes de poder y con poca sensibilidad social. Lo peor del caso es que los tres poderes siguen teniendo de su lado (y viceversa) a los grandes empresarios, empezando por aquellos que controlan, nada más y nada menos que, a los medios de comunicación, al sistema financiero y a los principales monopolios y oligopolios del país. Estos grupos y poderes parecen jugar con el país a su antojo y no aparentan, al menos en la mayoría de sus acciones, tener el más mínimo interés por atender al ciudadano. El ciudadano que no sólo vota por ellos también paga los impuestos, los caros y mediocres servicios públicos, consume sus novelas, periódicos y noticieros, sufre con las leyes que unos aprueban y con la justicia que otros imparten, soporta cualquier cantidad de comisiones por sus “servicios” y paga precios altos (de monopolio) por productos de industrias protegidas -en el mejor de los casos inocentemente- por los otros grupos de este macro club del abuso ciudadano. No importa qué tanto unos critiquen a otros, a final de cuentas, siguen coludidos. El día en que un grupo con poder suficiente cambie su enfoque hacia el ciudadano, ese día vamos a poder tener un verdadero cambio en México. No uno de colores, siglas o pequeños brincos que acaba siendo de 360 grados, sino uno que realmente haga que retiemble en sus centros la tierra.
Señores políticos y empresarios, no se confundan, si dicen estarme representando a mí cuando trabajan por tener mayores impuestos, mantener sindicatos corruptos, burocracias infinitas, precios controlados y servicios de tercera, están equivocados. Lo peor es que ni siquiera aquellos políticos que dicen estar en contra de las reformas lo hacen por representarnos. Ellos también traen su propia agenda bajo el brazo.
No me gusta ser negativo o pesimista, es más, seguiré tratando de ver el mundo con ojos positivos y buscando el lado bueno, pero de entrada me siento a la deriva en mi papel de ciudadano. Tal vez debamos confiar forzosamente en alguno de estos grupos. Hace 18 años, a tres años de su gobierno, yo seguía apostando por Fox, era lo que había. Hoy, el presidente hace cada vez más difícil seguir apostando por él; parece que se le acaba el gas y el país sigue estancado con descomposición económica, de seguridad, de bienestar general que no se detiene. Aun así, el presidente López Obrador es lo que hay y esperemos que se deje de posturas ideológicas huecas y apunte a un pragmatismo que verdaderamente ponga primero al ciudadano común.
* Una versión similar a esta columna fue publicada en diciembre de 2003. 19 años después, los temas son los mismos, la política no progresa y los ciudadanos siguen olvidados. En aquel entonces, tuvimos la oportunidad de verdaderamente cambiar a México, con el PRI ya fuera de Los Pinos. Sabemos que Fox nos quedó mal; el PRI, ese que ahora es socio del PAN, prácticamente le ató las manos y se opuso a cualquier esfuerzo de cambio. Los años pasan y México sigue deteriorándose en las manos de los políticos de siempre.