Jué en un rancho de la sierra, allá en la revolución
cuando quedaban los muertos pudriéndose bajo el sol.
Nos llegó la peste un día, quen sabe de’onde llegó,
Que’ra la fiebre española, la gente ansí la llamó.
Y que se muere don Chon, don Chon el enterrador.
Lo vino a ver don Zenaido, que del rancho era el doitor.
Le puso un espejo, y luego que ‘l muerto no resolló
Y que me gritan Canuto, tú y tu compadre Nabor
Entierren ese dijunto, entre más hondo mejor.
Lo líamos en un petate porque ya no había cajón.
Hicimos un joyo grande y allí echamos a don Chon.
Y que se oye muy abajo: “No me entierren por favor.
¡Estoy vivo…! ¡Estoy vivo! No sean ingratos por Dios”.
Y me dice mi compadre: “No li’aga caso a esa voz;
échele tierra compadre, ese ya se petatió;
Dijo el dotor que’sta muerto y él, pos pa’ eso estudió,
¡A poco el muerto tarugo va a saber más que’l dotor!”