Los seres humanos de la prehistoria se comenzaron a organizar y a convivir por una razón: el miedo. Se dieron cuenta que la mejor forma de sortear las amenazas de los fenómenos naturales y protegerse de otras especies que los acechaban era vivir en comunidad.
Y así lo hicieron durante mucho tiempo, hasta que las comunidades crecieron y comenzaron a enfrentar otro tipo de peligros, los internos. “La ley de la selva” comenzó a imperar y la delincuencia se desbordó. Cualquiera podía matar impunemente y no era reconvenido por nadie. Ese miedo permanente a morir llevó a estas comunidades a ungir a un soberano mediante pacto irrevocable, al que se le cedía la disposición de todos los bienes y derechos de sus súbditos, con excepción de la vida, la que debería ser protegida a toda costa.
Es así como, fruto del miedo, se configuran las sociedades, se instalan las monarquías, se crean los imperios, se funda un estado de derecho. Con el paso del tiempo, algunas formas de gobierno han evolucionado en democracias y otras han devenido en dictaduras. En todos estos casos el móvil, para bien o para mal, ha sido el miedo.
Para cualquier forma de gobierno, desde tiempo inmemorial, su principal responsabilidad para con sus gobernados es la preservación de la seguridad y la vida. Por eso, cuando algún gobierno falla a esta encomienda, se considera como estado fallido. Al fracasar en ese objetivo ya no tiene nada más en que fracasar, porque ha fracasado en todo.
Cuando la inseguridad crece y la delincuencia gana terreno las inversiones dejan de llegar, las empresas se mudan a otro sitio, el turismo se espanta y el desempleo aumenta. Los jóvenes sin oportunidades son más susceptibles a caer en las garras del crimen, alimentando así su círculo vicioso.
Y todavía hay algo más importante para una sociedad que la seguridad en sí: la percepción de esta. Una cosa son los datos duros de muertes violentas y robo a mano armada y otra, a veces muy diferente, el qué tan seguros se sienten los ciudadanos.
La percepción de la inseguridad es igual o quizá más importante que la real, porque es con esa idea que se toma la decisión de invertir o no, de mudarse o no, de viajar o no. Un sentimiento de falta de seguridad genera miedo, y el miedo conduce a la depresión, a la desesperación y a la preocupación, lo que a su vez es el detonante de una serie de enfermedades cardiovasculares y cancerígenas.
Cuando las instituciones funcionan en un lugar y se respeta irrestrictamente el estado de derecho los criminales empacan maletas y se largan, la sociedad lo percibe, las inversiones llegan y la gente vive más estable, feliz y saludable. Por eso es acontecimiento de gran relevancia que, en Saltillo y en todo Coahuila, juntos, sociedad y gobierno, hayan generado estrategias en contra de la delincuencia, logrando obtener los primeros lugares nacionales en percepción de seguridad. Un ejemplo de política pública exitosa, accesible y que debería ser retomada en otras partes, es la creación de los grupos ciudadanos de seguridad en Whatsapp.
El mejor logro que puede tener el gobierno de un estado es que sus habitantes vivan sin miedo. ¡Felicidades Saltillo! ¡Felicidades Coahuila!