“Nadie deja su casa a menos de que su casa sea la boca de un tiburón; solo corres hacia la frontera cuando ves a toda la ciudad corriendo hacia allá. Tus vecinos corren más rápido que tú… Tienes que entender que nadie pone a sus hijos en una balsa a menos de que el agua sea más segura que la tierra; nadie quema las palmas de sus manos debajo de trenes… nadie pasa días y noches en el estómago de un tráiler comiendo periódicos a menos de que las millas viajadas signifiquen algo más que un viaje; nadie se arrastra por debajo de una cerca, nadie quiere ser golpeado o compadecido. Nadie deja su casa a menos de que su casa sea una voz sudorosa diciéndote al oído -vete, corre lejos de mí, no sé en qué me he convertido, pero sé que cualquier lugar será más seguro que aquí“. Este es un fragmento del poema “Home” de Warsan Shire, nacida en Kenia en 1988 de padres somalíes que tuvieron que abandonar su país durante la guerra civil de Somalia.
En México, por años, hemos querido barrer el tema de la migración debajo de la alfombra. Niños y jóvenes de los setenta, ochenta y noventa somos quienes tendremos en nuestras manos el destino del país. Eventualmente la gerontocracia de hoy se renovará y nos daremos cuenta de que ni ellos, los viejos que se van, ni nosotros, los “jóvenes” que llegamos, tenemos la sensibilidad adecuada sobre el tema migratorio y la dura y triste realidad que deambula por nuestras calles. No fuimos educados sobre ello; se evitaba hablar del tema y se descontaba como un problema de los americanos, después de todo, los migrantes iban a Estados Unidos. Claro, la racionalización es muy sencilla: en un país asediado por crisis tras crisis, (mal) gobernado y saqueado por unos peores que otros, con 60 millones de pobres, sería un lujo tener el “ancho de banda” para poner atención al fenómeno migratorio. Esa es una excusa que no debemos aceptar; es urgente poner el tema sobre la mesa y reconocer el problema como propio.
La escandalosa tragedia de Ciudad Juárez hace unos días, donde murieron al menos 39 personas (importante usar la palabra “persona” y no “migrante“, porque ese término parece aplicar un descuento a la dignidad de esos humanos en la mente de muchos de nosotros), no es la primera ni la última tragedia relacionada al fenómeno migratorio; pero sí debe ser una dura llamada de atención acerca de la falta de sensibilidad que muchos mexicanos tenemos con aquellos que tuvieron que dejar su casa huyendo de un conflicto, de amenazas, del hambre y buscando, como muchos millones por siglos antes que ellos, un mejor futuro. Debemos sensibilizarnos a la nueva realidad donde México deja de ser un país que expulsa migrantes a uno que recibe cada vez más a migrantes que vienen para quedarse. Hermanos hondureños, nicaragüenses, salvadoreños, guatemaltecos, haitianos, venezolanos, ahora buscan cada vez más rehacer su vida en México y no solo transitar por nuestro país. Como bien dice la poeta Warsan Shire, “nadie deja su casa a menos de que su casa sea la boca de un tiburón”. Imaginemos cómo sería nuestra realidad si las circunstancias en las que crecimos nos orillan a tener como opción salir de nuestra tierra, arriesgarlo todo y tratar de rehacer nuestra vida en otro país, transitando todo tipo de peligros para aspirar a una minúscula oportunidad de cambiar nuestro futuro.
El fenómeno de la migración no es nuevo. Se cree que todos en el mundo provenimos de migrantes que salieron de África hace más de 50 mil años. Y si hablamos de la historia moderna de la migración, podemos identificar eventos como la Revolución Industrial, guerras o nacionalismo étnico como detonantes de migración en todo el mundo. Es decir, si sales a la calle, visitas una tienda o vas a una ceremonia religiosa en México y volteas a tu alrededor cualquier día de estos, podrás ver a personas que de una u otra forma son descendientes directos de alguien que emigró. Nuestro pasado está lleno de historias de migrantes; todos llevamos el DNA del migrante en la sangre y cuando te veas al espejo no podrás negar que tú, muy probablemente, también fuiste, eres o serás parte de una historia de migrantes. El Padre Pedro Pantoja dijo: “Cuando emigra el joven, emigra la esperanza. Cuando emigra la mujer, emigra la vida. Cuando emigra la familia, emigra el tejido social. Cuando emigra el indígena, emigra la historia. Cuando emigran los niños, emigran las raíces de la ternura humana“. Este párrafo lo leí hace una semana en una de las paredes del albergue de Casa Monarca en Santa Catarina, N.L., (casualmente ubicada a unos kilómetros de donde Tesla invertirá miles de millones de dólares). Esta organización fue fundada por el Padre regiomontano Luis Eduardo Zavala, es atendida por profesionales y voluntarios ejemplares, y bien pudiera ser una opción para que muchos de nosotros apoyemos a hermanos migrantes a través de los servicios que Casa Monarca ofrece.
Los invito a apoyarlos pidiendo informes en: contacto@casamonarca.org.mx. Ahí podemos empezar.