Hace poco tuve la oportunidad de visitar uno de los principales destinos turísticos de nuestro vecino del norte. Además de los atractivos propios de la ciudad, me enteré de la novedad: la reciente apertura de un museo ¡dedicado a la mafia! Aunque al principio no me llamó mucho la atención, la curiosidad terminó por vencerme.
Instalado en una elegante casona de tres niveles, se exhiben armas, pertenencias y la historia de los principales capos de la mafia, y se narran con espectacularidad las hazañas del legendario Al Capone, uno de los criminales de mayor renombre de todos los tiempos, desde sus inicios como delincuente común hasta su encumbramiento en el tráfico de alcohol. Llegó a amasar una fortuna de 100 millones de dólares antes de la Gran Depresión del 29.
Como atracción principal, el museo preserva parte del muro baleado en el que el mismo Capone mandó ejecutar a los cabecillas de su banda rival, la de “Bugs” Moran, durante la tristemente célebre “Matanza de San Valentín”, el 14 de febrero de 1929.
Destacan también los nombres y fotografías de “Lucky” Luciano y de Meyer Lansky, gánsteres que institucionalizaron el crimen en Estados Unidos mediante la creación de la “La Comisión”, órgano rector de la mafia, con un gobierno corporativo eficiente y tomas de decisiones colegiadas.
Además de ellos, aparecen las figuras de “Bugsy” Siegel y Frank Costello, como los adalides de las apuestas. Sus lucrativos negocios consolidaron ciudades enteras, como Las Vegas. De no ser por la revolución de Castro, también hubiese sido el caso de La Habana.
“El Chapo” Guzmán ocupa un muro de honor. Ahí se le reconoce como la figura criminal más importante del mundo en los últimos tiempos, y hasta una colorida maqueta exhibe los detalles de su espectacular fuga.
En un oscuro rincón del museo colocaron la fotografía de un policía caído en el cumplimiento de su deber durante una balacera contra esos grupos delictivos. Una sola y modesta mención para una de los miles de personas que han ofrendado sus vidas luchando contra la ilegalidad.
Esto me preocupa. Y más cuando escucho un narco corrido en la radio, veo una playera con la imagen de “Scarface” o un altar a Jesús Malverde. Nuestra sociedad, nuestros hijos, deben admirar a los buenos. Y eso, depende de todos.
Por ello, dedico este espacio como sentido homenaje a esos héroes anónimos.
Lo contrario es sólo condenable negocio mediante la apología del crimen. Pero “business are business”, justificarán los sobrinos del Tío Sam.