“El Niño” Verde y el México de la impunidad.

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Sin un estudio académico que lo sustente, se puede asegurar que el gran problema de México no es el narcotráfico o la corrupción sino la impunidad. Esto es lo que lacera al país. El saberse impune ha permeado en los empresarios. ¿Quién va a ser el valiente que les fiscalice cuentas y movimientos financieros? La idea también ha sido recibida con agrado por los políticos mexicanos, está en su tuétano. Lo reconoció el presidente Peña Nieto en la entrevista con José Carreño Carlón y los periodistas cercanos: “La corrupción es un asunto cultural en México”.

De la mano, la impunidad. La Casa Blanca marcará su sexenio. En el transcurso de los sexenios han existido pruebas sobre hechos de corrupción en políticos de todos los colores e ideologías. El escándalo dura unas semanas y después se apaga por otro escándalo de corrupción igual o peor. A lo largo de los años el sello que queda es la impunidad. Los políticos seguirán despachando sin rubor o pudor, le apuestan a que la desmemoria mantenga su imagen impoluta.

Pongamos un caso: Jorge Emilio González Martínez, el niño verde. Infancia es destino explicó en sus postulados Sigmund Freud. En el caso del niño verde es cierto. Su abuelo, el poderoso secretario de La Presidencia durante el sexenio de Díaz Ordaz, Emilio Martínez Manautou gozó de poder y dinero. La riqueza al amparo del poder. Llegó a ocupar puestos importantes en el sexenio de José López Portillo. Y quiso el estado de Tamaulipas para él, donde fue gobernador.

Un sexenio le bastó para ser el principal latifundista de ese estado. El economista Gustavo Gordillo, subsecretario de Agricultura en el sexenio de Carlos Salinas le confesó a Julio Scherer que Tamaulipas era territorio de priistas. Dueños de ranchos inmensos y grandes extensiones de hectáreas, de ganado de primera, eran los jerarcas del PRI: Martínez Manautou a la cabeza, seguido del propio secretario de Agricultura de aquel sexenio, Jorge de la Vega Domínguez, de Andrés Caso, entonces secretario de Comunicaciones y Transportes, de Manuel Cavazos Lerma. Fortunas de norteños, de priistas y de priistas norteños nacieron de la nada.

El escándalo estalló en la década de los ochenta. Una carta con instrucciones a sus asesores para el manejo de su fortuna fue la clave. Emilio hizo una fortuna de las grandes que movió a Suiza y a las islas del Caribe. Millonario de a de veras. Dólares, lingotes de oro, joyas, propiedades y obras de arte les heredó a su familia. No hubo escaño que se reservara para él: fue diputado, senador, secretario de La Presidencia y de Salubridad y Asistencia, gobernador de Tamaulipas y casi presidente de México.

Su rancho “El Mezquite”, ubicado cerca de Matamoros durante sus años de poder estuvo lleno de políticos que a su sombra amasaron sus propias fortunas. A la caída y el desprestigio, su rancho fue desierto. Murió acompañado de sus gatos, decenas de ellos, abandonado por su familia.

Doña Leticia Martínez, hija de don Emilio heredo parte de la gran fortuna que hizo su padre. Su esposo, Jorge González Torres fungía como jefe de departamento de Tierras Comunales, un funcionario menor de la Secretaría de la Reforma Agraria. Su hermano, don Enrique, era el sacerdote de la familia quien fue flamante director de la Universidad Iberoamericana. Víctor, Javier y Jorge, se dedicarían al negocio de la familia: la cadena de farmacias El Fénix. Lucrando con la salud de los mexicanos y con los laboratorios farmacéuticos de la familia, Víctor se independizó y amasó una inconmensurable fortuna.

A el doctor Simi, le alcanzó para comprar incluso, la conciencia de una Premio Nobel de la Paz. Actualmente, se calcula que el Dr. Simi controla la cuarta parte del mercado de farmacéuticos en México y su imperio comienza a expandirse hacia Centroamérica. En serio que ha hecho fortuna. Su hermano Javier, a menor escala, sigue sus pasos y ahora es conocido como el doctor Ahorro.

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Jorge González Torres como funcionario de la Secretaria de la Reforma Agraria fue un parrandero, así lo describen reporteros que lo conocieron, enfundado en chamarras de piel, era un visitante asiduo a los cabaretes de moda en los ochenta. Quiso ser presidente del PRI en el Distrito Federal, no lo logró. En cambió encontró una mina de oro: fundó un nuevo partido y le puso por nombre: Verde Ecologista. De 1991 a 2001, Jorge González Torres hizo su fortuna a la par de su familia.

Manejo el partido como un patrimonio familiar. No tenía idea de lo que era una composta, como quedo claro en una entrevista que le hizo La Jornada a mediados de 1998. No importaba, incluso, como cacique del partido, y cansado de la política, abdicó en favor de su vástago.

En 2001 Jorge Emilio González Martínez heredó no sólo la fortuna de su abuelo materno, no sólo la fortuna que amasó su padre, no sólo el partido que era negocio de la familia, heredó todo un estilo de hacer política y negocios. Su elección no fue transparente sino a voto abierto: 39 delegados a favor, ninguno en contra. Los cuadros políticos del Verde no son ecologistas ni tienen nada que ver con ideología alguna a favor del medio ambiente, son, en su gran mayoría, juniors de empresarios, amigos de Jorge Emilio, o empleados de las empresas de la familia.

Al igual que su abuelo, Jorge Emilio ha recorrido todo puesto político pues ha sido asambleísta, diputado federal y senador hasta en tres ocasiones, todos los cargos sin recorrer el país, sin pedir el voto a la población. Dueño y señor del Verde, Jorge Emilio ha acrecentado el sello de la familia: la impunidad. En distintas ocasiones, la prensa mexicana y académicos como el doctor Aguayo Quezada, han documentado negociaciones de diputados de este partido que “venden” sus votos a particulares interesados en detener juicios políticos contra funcionarios corruptos, o licitaciones de propiedades o franquicias.

Todo es negocio. En el Verde, con su voto en las comisiones dictaminadoras impidió que se aclarara el mayor fraude financiero en la historia contemporánea de México, que se hizo a través del Fondo Bancario de Protección al Ahorro. No sólo eso, en las elecciones presidenciales de 2000, Jorge Emilio, reveló sin el menor pudor, como él negoció con el equipo de Fox: “Ellos nos buscaron para formar la Alianza, ellos, Fox, Bravo Mena, Aguilar Zínzer, Diego Fernández de Cevallos, con ellos hablé en la casa de mi abuelo, con encuestas de por medio y con base a ellas hicimos las negociaciones y nos repartimos las posiciones”. Pero el presidente Vicente Fox, no cumplió el acuerdo y el Niño Verde hizo un berrinche en pleno templete del parlamento y rompió relaciones con el PAN.

Dinastía es poder, poder es dinero, y Jorge Emilio lo sabe. En febrero de 2004 fue atrapado en un video donde le ofrecían un soborno por dos millones de dólares, a fin de que ayudará en la liberación de terrenos protegidos en Cancún para la construcción de una zona hotelera donde quedaba demostrado que afectaba flora y fauna si se destruían los manglares de la zona. El escándalo fue apagado a la semana por los videos donde aparecía René Bejarano.

Como negocio, el Verde ha sido redituable, su historia política está plagada de malversaciones de fondos, alteraciones de facturas, dispendios de fondos públicos para usos ilegales y particulares, violaciones a la Constitución y a las garantías individuales.

Durante más de quince años, sin importar las pruebas periodísticas y testimoniales que se aglutinen, el Verde y Jorge Emilio, mantienen su poder amparado en la impunidad. Le apuestan a que la desmemoria mantenga su imagen impoluta

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