El 17 de octubre se celebró el Día Internacional para el Erradicación de la Pobreza. Afortunada coincidencia que esa misma semana haya salido finalmente humo blanco de la Academia Sueca para otorgar el Premio Nobel de Economía 2019. Los ganadores son Abhijit Banerjee y Esther Duflo, pareja naturalizada estadounidense que forma parte del claustro del MIT, y Michael Kremer, norteamericano de nacimiento e investigador de Harvard.
El galardón llama la atención por varios aspectos. El primero tiene que ver con una cuestión generacional y de género. Duflo es la primera mujer con formación de economista y la persona más joven en recibir dicha distinción en la historia.
El segundo, con la materia de las investigaciones: el combate a la pobreza. En su medio centenar de entregas, salvo en la asignada a Angus Deaton en 2015 por su “análisis sobre consumo, pobreza y bienestar”, el combate a ese lacerante flagelo no había sido tema de interés principal del jurado.
El tercero, con la etapa en el proceso científico. No se premia un análisis, una teoría o un modelo matemático abstracto, como tradicionalmente sucede, sino la evaluación de experimentos que llevan años implementándose a través de ensayos aleatorios. Gracias a esa oportuna intervención, más de 5 millones de niños en India y Kenia resultaron beneficiados con programas para mejorar su rendimiento escolar y su desarrollo personal.
La verdad es que los condecorados no descubrieron el hilo negro. Es lógico suponer que las tutorías de refuerzo a los alumnos en situación vulnerable, los incentivos para reducir el ausentismo de los maestros o las acciones para prevenir enfermedades resulten en beneficios sociales. A pesar de saber esto, la pobreza en el mundo persiste.
El hallazgo interesante aquí es que los galardonados demostraron que las políticas públicas generales pierden su efecto por no considerar las diferencias preexistentes del público meta. Los trajes deben ser a la medida, con enfoques más precisos y reducidos.
La fórmula para combatir la pobreza está ahí, en la educación y en la salud. No con recetas genéricas, sino con intervenciones específicas y locales. Es una inversión al largo plazo, pero es la única que vale la pena. No es malo que un país cuente con hospitales modernos, centros penitenciarios suficientes y programas de transferencias para atender a los pobres, pero siempre será mejor, mucho mejor, no necesitarlos.
Los galardonados pusieron la investigación económica al servicio de la sociedad mediante métodos empíricos y pragmáticos anteriormente poco valorados. Felicidades a ellos y gracias por devolverle a la ciencia económica esa dosis de esperanza social y de credibilidad tan necesaria en nuestros días.