El PRI se muere. Con ello, un personaje clave en la novela política, electoral y de gobierno, de los últimos casi noventa años (1929-2018). Gobernó por setenta consecutivamente, luego la alternancia revanchista, cobró dos sexenios al hilo. Regresó al poder el tricolor, y tras cuatro años azarosos, de tanta corrupción e impunidad, solo vivió de nuevo ¡para casi morir! Réquiem por el PRI, es la nota.
¿Qué ha sucedido, qué agotó el esquema partidario, quién es culpable de la agonía tricolor, quien dentro de él, y quienes fuera?
Algo es seguro, la extinción de la ética política es un signo de la decadencia. La moral política de los gobernantes ya no es relevante, no es obligatoria, no distingue la vida interna y la pública de los partidos, menos de éste, del PRI. Actuar con rectitud (honestidad y congruencia), practicar los valores humanos, morales y cívicos, respetar a las personas y poner el servicio a los demás por encima de cualquier aspiración personal, es un algo no solo incierto sino sucumbido.
Los gobiernos del pueblo, ya no lo son más. La democracia fue trocada por clubes de amigos, por cotos de poder, por comités estatales manipulados por el gobernante en turno. Así, el comité nacional y los liderazgos de estructura (sectores, organizaciones, movimientos territoriales, y órganos de control de género y juventud), son figuras de membrete, ajenos a sus agremiados, sin representatividad legítima y sin trabajo de base.
Culpables, hay tantos, porque el PRI tiene dueños; unos que se perpetúan hábilmente en el plano nacional (actuando y manipulando, desde dentro del país y de fuera). Pero tiene dueños sexenales. El presidente de la república, sus ministros predilectos, son jefes temporales del partidazo. En las entidades, los gobernadores hacen y deshacen a su antojo, el partido es la oficina de colocaciones, es la jaula de los locos que se sacan a pelear cuando hay reyerta, o a loar; cuando hay debacles. El PRI, mantiene una nómina abultada que sale del erario, de ella deviene una hegemonía simulada, comprada.
La conducta libertina de los políticos egresados de su filas, es razón del mal ejemplo gremial y del descredito del emblema. La presidencia de la república está reprobada en su moral y acción. No tiene solvencia moral para juzgar y urge que lo haga. Los gobernadores andan sueltos y haciendo de las suyas. El nombre del partido trapea los sucios suelos nacionales. En nombre del PRI se roba, se daña, se aplasta al pueblo jodido, se cobran prebendas, se hacen negocios desde el poder, se colude al crimen y se alía con él. En el nombre del PRI, se traiciona a la patria.
Desde las casas de enfrente, el PRI es blanco natural. No hay partido que se salve, no hay partido que no sea traidor al pueblo. La democracia es agónica en todos los institutos y hay tantos. Pero, como el PRI gobierna y lo hace tan mal, tan de malas, tan enemigo del gran elector, es diana vulnerable ante las ambiciones y estrategias del enemigo; ese que se alía para liquidarlo. No hay como votar a los buenos, solo queda votar al menos malo de los que otros designan.
El PRI debe refundarse dicen algunos. Dejar los colores patrios y tener como lema ideas espirituales o ideológicas que piense seguir, que decididamente expliquen el modelo de país o de nación que propone a los mexicanos; que sean una verdadera motivación para viejos y nuevos militantes y simpatizantes. La democracia y la justicia social, son ya una trillada mentira, una que duele, que agravia, que ha hecho ya el daño suficiente.
Esta camada de gobernadores de los últimos años, acaba con la tolerancia social y agota el modelo partidario. El PRI ha traicionado a su gente (la usa y la tira), cual desechable. Los cargos políticos y electorales, y la nómina gubernamental y partidista, resultan botín para los amigos del régimen, pago de cuotas, (ilegitimas y deshonrosas). El crimen despacha en el gobierno y en el partido (en los gobiernos y en los partidos). Estamos ante un drama nacional llamado partidocracia.
¡Réquiem por el PRI, es la nota!
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